Opinión

Nora, que nunco estuvo sola

Me jubilo", dijo sin mayores aspavientos, al terminar la última tertulia de marzo en Radio Líder, donde compartíamos otro de los muchos micrófonos que hemos venido compartiendo desde hace una eternidad.

Ella sigue siendo joven, claro; e indomable, desde luego, porque lo traía de serie en su naturaleza de verinesa criada en Marcelín, donde las cerezas eran tan gordas que se confundían con las manzanas. Pero lo cierto es que conocí a Nora Sola hace tanto tiempo que, como en Macondo, el mundo era tan nuevo que las cosas aún no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo para identificarlas. Luego compartimos una radio romántica y maravillosa en la que los discos eran de vinilo, grabábamos los programas en cintas ‘empatadas’ con celo que reproducía un Ferrograf asmático y cascarrabias, y era un milagro diario salir al aire sin que cascara un par de veces el viejo poste repetidor de Castro de Beiro. De modo que era inevitable esto de la jubilación, aunque en su caso me temo que no pase de ser una mera formalidad administrativa.

De aquel tiempo inicíatico nos quedó la costumbre de amar la radio con el amor incondicional de los niños, y descubrimos a Serrat, la banda sonora de nuestras vidas. Aún perdura ese amor por ambos. Un amor alterno, desordenado, discontinuo, algo ciclotímico a veces y siempre imprevisto. Es decir, indestructible. 

Con el maestro Serrat aprendimos que llegar a viejo solo sería un buen negocio “si fueran poniendo luces en el camino a medida que el corazón se acobarda, y los ángeles de la guarda dieran señales de vida”. Como no es probable que esto ocurra, las personas lúcidas como Nora no se hacen viejas sino eternas. No podía ser de otro modo en una mujer excesiva, como las cerezas de Marcelín. Demasiado enérgica para estar quieta, demasiado pasional para resultar indiferente, demasiado curiosa para no zascandilear por todos los vericuetos de la vida, demasiado madraza para no ser -como dice Lito Seoane- leona…, demasiado orgullosa para descubrirse frágil.

En fin, siento consumir el espacio de este artículo sin haber hecho un panegírico laudatorio de la homenajeada. Debe ser porque en mi casa me enseñaron que es de mala educación elogiar en público a los tuyos.

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