Opinión

MADRID, AÑOS 50/60

He tenido la suerte de vivir en la capital del Reino en las décadas de los años 50 y 60. Un Madrid castizo, habitable, en donde se despachaba sin rubor carne de caballo o leche de vaca en locales tan céntricos como las calles Magallanes o Vallehermoso, en donde te encontrabas con la vaca y con el vaquero; con restaurantes en donde comías por 6,50 pesetas, o algo menos si te abonabas al mes; en donde el bocadillo de auténticos calamares, recién fritos, costaban en la calle San Bernardo la friolera de 2 pesetas y, ¡ay!, cuando subieron a 2,50 se movilizaba el mundo universitario clamando al cielo. En un Madrid con casas de empeños y montes de piedad, en donde podías empeñar los libros de texto o un esmoquin. En bares con auténticos profesionales a su frente que, al tercer día, ya conocían el vino que querías tomar o la tapa de tu preferencia. El Madrid que vendía el colchón para ir a los toros. O donde podías invitar a tus paisanos a butaca en los mejores teatros, previa compra de entradas de clac, casi regaladas 'con la obligación de aplaudir'. La capital de la España única en la que los estudiantes y los vagabundos convivíamos toda una noche sin que nadie se metiera contigo. Donde chulapos y manolas competían en hacer suyo el dicho de que allí nadie era forastero. Y lo conseguían.


Pero también había pícaros y vividores. Gentes simpáticas que sólo robaban, y con gracia, a los ricos que querían distinguirse con un título nobiliario. Y el que esto firma, por razones de parentesco con monárquicos que estaban más pendientes de la vida de D. Juan de Borbón que de sus propios problemas, me encuentro, sin buscarlo, con un deán que lo fuera de los cabildos de Tui, Astorga y Menorca, descendiente de valdeorreses, quien, en la segunda entrevista que mantuve con él, me entrega un título en tamaño doble A-4, que rezaba así: 'Imperial Orden de la Virgen de Guadalupe del Anáhuac, creada por Decreto Imperial de S.M.J. y R. el Rei-Tlatoami Guillermo II del Anahuac'. Le seguían varios decretos y delegaciones. Continuaba: 'Nos, Monseñor Antonio Daniel Berjón y Vázquez Real, Príncipe de Managua, Protojerarca, Gran Collar de la Imperial Azteca y Capellán Mayor de su Real Casa, Gran del Reino, Duque de Tepeyac, de Guadalupe, Duque de Imperia, de la Casa Real de Italia, Marqués de Santa Chiara, de Nápoles, Deán de la Santa Iglesia Catedral Basílica de Menorca, Gran Cruz de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, Caballero de la Orden del Ocelote de Oro y del Aguila, Pontificia Cruz de Oro de San Juan de Letrán'. Y siguen unos quince títulos más y entre ellos los de 'doctor en Letras Latinas, en Filosofia, en Sagrada Teología, en Derecho, Doctor H.C. en las universidades de Londres, Bari, Los Angeles, de la Filo-Bizantina y de la Indigena Montezuma; Medalla de 1ª Clase de la Cruz Roja, de la Orden de Beneficencia, del Trabajo, Cruz de Alfonso X El Sabio , Académico de las Reales de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, de Zaragoza, de Génova', etc., etc. Y culminaba el pergamino: 'Y por Gracia Imperial de Su Magestad Católica Guillermo III, Emperador del Anáguac, Supremo Gran Maestre Vitalicio, teniendo en cuenta los méritos y servicios del Iltmo. Sr. D. Aurelio Blanco Trincado, venimos en otorgarle el ingreso con el título de Comendador de la Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe del Anáguac. Madrid, 6 de enero de 1958. Registrado al folio VIII-34'. No había cumplido el cronista los 18 años y también fue obsequiado con los títulos de Caballero de la Orden de San Miguel de Francia y Barón de Leucono. Estas distinciones ostentaban el derecho al uso de banda y placa.


Don Antonio Daniel Berjón, deán de la Catedral de Menorca, lo había sido antes, por oposición, de las de Astorga y Tui, autor de un centenar de libros en varios idiomas, que dominaba, propietario de una biblioteca de varios millares de ejemplares, y de un piso enorme en una de las zonas más elitistas de Madrid, que contaba con capilla en donde, ya anciano y achacoso, oficiaba misa para sí mismo, para su empleada de hogar o para quienes, de vez en cuando, le visitábamos. Tiene parientes bastante próximos en la parroquia de Viloira, O Barco. Los que conocíamos su trayectoria y valía nos preguntábamos cómo no había sido elevado a mayores dignidades de la Iglesia. Un gran amigo suyo nos confesó que posiblemente se debía a la debilidad que sentía por las mujeres. No terminó bien monseñor, nos consta, pero esta nota sólo tiene por objeto dar a conocer algunos de los personajes pintorescos del Madrid que vivimos como estudiantes, relacionados con Valdeorras, como la baronesa del Salnés, hermana de la poetisa Herminia Fariña, a quien dedicaremos otro comentario.

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