Opinión

QUÉ LE PEDIRÍA A BENEDICTO XVI si me recibiera en audiencia

Acostumbrados, creyentes y no creyentes, a ver como políticos y monarcas, salvo rarísimas excepciones, se apegan al sillón del cargo, sin reunir óptimas condiciones de salud, nos llama poderosamente la atención que un papa, el actual, renuncie a la silla de Pedro alegando que sus

fuerzas no le permiten continuar en el desempeño de la misión para la que fue elegido. Por eso, yo al menos no le creo del todo, muchos no le creemos del todo. Un papa también puede mentir, mentira piadosa, pecado venial. En un ejercicio de imaginación, si el papa me recibiera en audiencia

privada, le preguntaría muchas cosas, asegurándole la más absoluta confidencialidad. La primera seria: 'Santidad, dígame la verdad, ahora que estamos sin testigos, cámaras ni micrófonos, ¿por qué abandona? ¿Lo hace voluntariamente? ¿Quién o qué le fuerza a tomar esta decisión que conmocionó al mundo?' Siguiendo con el ejercicio, ahora de ciencia-ficción, una vez que el papa me confesó toda la verdad de su retiro, le espetaría muchas preguntas, tantas que el tiempo que me

concedió de audiencia no me llegaría. Le pediría, primero, que no dimitiera, que esperara el tiempo justo para concederme unos cuantos favores que a mi juicio favorecerían a la iglesia y a muchísimos

creyentes.

Antes del rosario de peticiones, le felicitaría por decirnos al mundo que el papa raramente es infalible. Imaginémonos la infalibilidad que podían tener Juan XII, elevado al pontificio a los 18 años; Benedicto IX, a los 12; Gregorio V, a los 24; o la de algunos otros, más guerreros que papas, ambiciosos y depravados. El Espíritu Santo en todo caso se colocaría sobre su cabeza para recriminarle no para iluminarle.

Luego le pediría un favor personal: que elevara a los altares al P. Damián y a la Madre Teresa de Calcuta. Las normas de la iglesia exigen al menos un milagro posterior a la beatificación para canonizarlos; con excepción de los mártires que lo pueden ser directamente. Y le diría: ¿Es que acaso tanto el uno como la otra no fueron mártires por la fe, muriendo en el servicio a la iglesia, de los pobres, de los enfermos, de los abandonados de todos? Santidad, llevamos muchos años rezándoles, porque conocemos su vida y sus obras, queremos verlos en los altares. Por favor,

proclámelos como santos ante el colegio cardenalicio y ante el mundo en la plaza de San Pedro. No tenga en cuenta que posiblemente, en algún momento de flaqueza, dudaran de su fe y hasta de su Dios.

Finalmente, ya al término de la audiencia, le pediría que influyera ante los cardenales más sensibles a los problemas que afectan a la Iglesia para que eligieran a un nuevo papa no forzosamente joven, pero sí renovador; que si fuera necesario convoque un nuevo Concilio y dicte las normas necesarias para adaptar a la iglesia a los nuevos tiempos y reconquiste a una cristiandad que se les está escapando de las manos. Que conquiste a los jóvenes y que para él, invocando al santo cura de Ars, los pobres constituyan el tesoro de la Iglesia. Incluso deshaciéndose de parte de los bienes materiales no dedicados al culto. Una sola vida humana vale más que todos los tesoros de la tierra. Y para dar ejemplo, y como punto de partida, ordene que su anillo papal, que va a ser destruido con un martillo de plata, sea subastado y el dinero que se obtenga, también del martillo, se destine a paliar la hambruna de tantos niños que se están muriendo en los brazos de los abnegados misioneros.

El papa se despide con su beatífica sonrisa. No me promete nada, pero estoy seguro de que algunas de las cosas que yo le pedía estaba en su ánimo hacerlas antes del 28 de febrero. Como católico que soy, me inclino y le beso el anillo, deseándole suerte en su nueva andadura.

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