Opinión

Regadera de acero galvanizado

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Dicen que uno empieza a entender las cosas cuando es demasiado tarde. Que la sabiduría llega cuando ya no sirve para nada. Mientras tanto, tenemos que estar en esta cosa de la equivocación y el derroche de energías en mandangas absurdas.

Procuro regar cuando atardece, cuando sombras rojas cruzan las hojas de los robles grandes del oeste y el naciente, en la sierra donde nace el río en el que papá veía tortugas, refulge una luz más especial que al amanecer

Quizá ahora, en el momento de darle la vuelta al jamón de la vida, siento no tener los años suficientes como para ver crecer los árboles que planto y me refugio en la suerte de disfrutar los que han plantado otros. Esta primavera he sacado adelante un pequeño ejército de abedules espolvoreando semillas. También he conseguido un esqueje de rosal trepador por el que nadie daba un duro y, con una horca de doble mango, he movido la tierra para sembrar un huerto.

Procuro regar cuando atardece, cuando sombras rojas cruzan las hojas de los robles grandes del oeste y el naciente, en la sierra donde nace el río en el que papá veía tortugas, refulge una luz más especial que al amanecer.

Acompañar a un objeto tan hermoso como esta regadera ayuda a celebrar lo cotidiano y darle al día lo que se merece de ceremonia y de repetición

Riego en la tarde, digo, con esta regadera de acero que compré en un mercadillo portugués. Tiene un asa bien reforzada para llevar una docena de litros, colocada en el punto justo para que se equilibren cuerpo y carga y pueda caminar cómodamente con ella a través de la maleza (en mi jardín no se poda, se deja hacer).

También tiene una boca generosa para llenarla con la manguera o el grifo. El pico es bien grueso para dar caudal y remata en una alcachofa hermosa que transforma en lluvia fina el agua que suministra el ayuntamiento a estas soledades. 

A pesar de estas golosinas para regar automáticamente y ser un hortelano 2.0, bajar cada día a regar y contemplar la geometría fractal en las hojas de lo plantado es un pasaporte a la calma. Acompañar a un objeto tan hermoso como esta regadera ayuda a celebrar lo cotidiano y darle al día lo que se merece de ceremonia y de repetición. Regar como un lord en mangas de camisa y hablarle a lo verde con las mejores palabras. Es la jardinería mejor. Quizá mañana no estemos aquí, pero hoy quedarán los surcos bien regados, con esta gimnasia extraña de estirar los brazos y dar de beber a la tierra.

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