Opinión

UN MUERTO VIVIENTE

No ha sido la mejor semana de su vida para José Luis Rodríguez Zapatero. Empezó el domingo con el duro varapalo sufrido por su partido en las elecciones catalanas que muchos han interpretado como la antesala de lo que le va a pasar al PSOE en las elecciones municipales y autonómicas del próximo mes de mayo. Y tanto en los días previos como en los posteriores a la cita con las urnas en Cataluña, los pésimos indicadores económicos dispararon todo tipo de rumores sobre una posible intervención de la economía española, rumores de los que el Gobierno culpó al PP, a los especuladores internacionales e incluso la vicepresidenta económica, en un gesto ciertamente osado, dio un paso mas y apuntó directamente a la canciller alemana Ángela Merkel.


Acosado por todas partes -fundamentalmente por la Unión Europea, por el Banco Central Europeo y hasta por Obama, que ha enviado estos días a Madrid a una alta funcionaria de su Administración para que estudie las cuentas españolas- Zapatero no ha tenido más remedio que anunciar ya, sin esperar más tiempo como era su deseo, su 'plan b' con una serie de medidas como la eliminación de la ayuda de 426 euros a los parados de larga duración o la privatización parcial de Aena y Loterías y Apuestas del Estado, medidas que serán completadas con otras que aprobará el Consejo de Ministros este viernes. Y mientras tanto, el número de parados sigue aumentando -24.318 el pasado mes de noviembre- acercándonos a la tremenda cifra de cinco millones.


En sus manifestaciones de los últimos meses, Zapatero ha enfatizado que a él no le preocupa su futuro político, sino que está centrado en sacar a España de la grave crisis económica. Dando por buena, y sobre todo por sincera, esta declaración de intenciones, el problema es si en el momento actual es la persona capacitada -en términos de solvencia personal y política- para lograrlo. Porque algunos de los empresarios que asistieron el pasado sábado en la Moncloa con el presidente salieron asustados por algunas de las afirmaciones o preguntas del inquilino del Palacio presidencial, que denotaban una gran superficialidad a la hora de analizar lo que está pasando.


Zapatero tiene pendiente una decisión importante: decir si quiere ser o no el candidato de su partido en las elecciones generales que en principio tocarían en la primavera del 2012 pero que tal y como van las cosas, ya nadie se atreve a asegurar que no se produzca un adelanto electoral. El problema de Zapatero es que de seguir las cosas así, a lo mejor son otros los que toman la decisión por él. En su partido son cada vez más los que piensan que mantenerlo como candidato es ir directamente al suicido político. Y en Europa, son también cada vez más los que creen que el actual presidente es desde hace tiempo no ya la solución sino una parte esencial del problema.

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