Opinión

Mariña lucense y sus promotores

Así se carrozaban los modelos salidos de Chavín en el primer cuarto del siglo XX, como el DeDión-Buton; al fondo, las naves hoy desdibujadas.
photo_camera Así se carrozaban los modelos salidos de Chavín en el primer cuarto del siglo XX, como el DeDión-Buton; al fondo, las naves hoy desdibujadas.

Esta Mariña lucense que desde el ocaso del sol por O Vicedo, en el fondo de la ría de Bares, llamada también ría do Sor, y que en el orto o nacimiento por oriente, en Ribadeo; ambas, de estas rías cantábricas de poca extensión como esta de la Estaca, o la del río Eo en Ribadeo. Esta Mariña, patria del mariscal Pardo de Cela, que en su pasivo tiene el haber combatido a Os Irmandiños; en el activo, el ser tenido como uno de los personajes del independentismo galaico frente a la centralista corona de Castilla; por ello como remarcable se le tiene. Por rebelde fue condenado a la horca y decapitado en Mondoñedo al oponerse al centralismo de los Reyes Católicos, con todo ese mito de que antes de su ejecución los emisarios que venían con el indulto real fueron detenidos, ¿cómo no?, en un puente (siempre un puente de los suspiros) cercano a la capital mindoñense.

A Mariña tiene muchos personajes; uno de los más notables Antonio Ibáñez, el marqués de Sargadelos, que desde sus comienzos como comerciante naval de fortuna, montaría una fundición en Sargadelos para construir cañones, enrejados y todos los derivados del hierro, matriz de lo que serían las lozas de Sargadelos, potenciadas a finales del siglo pasado por Isaac Díaz Pardo, un visionario que concretó su sueño, descabalgado a posteriori de su más que proyecto. El marquesado de Sargadelos, título concedido por sus servicios a la nación, a este ilustrado de su tiempo, de orígenes humildes de las cercanas tierras de los astures Oscos, que daría empleo y riqueza a la zona pero que juzgado afrancesado por el clero, ese levantisco que nos llevó a esa guerra de la Independencia y a tantas otras, fue masacrado en el mismo Ribadeo por la multitud enardecida por la clerecía local. Triste fin que refleja Alfredo Conde en una amena novela histórica sobre el personaje cuya lectura más que recomendable: Azul Cobalto, historia posible del marqués de Sargadelos.

Potenciada hasta lo más su costa y sus playas, A Mariña es la base de uno de los puertos atuneros más importantes del litoral cantábrico, Burela; algunos dicen que de Europa, pero eso es mucho decir; el puerto merlucero por excelencia es el del Celeiro, en Viveiro, que antes decían Cillero y aún aparece en algún que otro barco pesquero, que de cella cellae le viene por aquello de almacén o bodega de productos comestibles. Parten desde las lonjas del Celeiro docenas de camiones frigoríficos diariamente para los mercados de la capital del país y de otros puntos, mientras que el bonito se deriva a las plantas envasadoras. Las gentes de a Mariña, de ordinario apacibles, y desde luego de una afabilidad como no se encuentra en otras costas gallegas hacen un mucho para la promoción de la zona. Por allí, Xove, que nos rememora las manifestaciones contra la central nuclear que pretendía Fenosa y por ello aún resuena el nombre; San Cibrán, que los Cibrao del interior substituidos en la costa por Cibrán, que tiene aún en pie, no obstantes los amenazantes cierres, la gran planta industrial del aluminio a partir del mineral de bauxita traído de las regiones ecuatoriales de África, desembarcado en su puerto, emporio levantado en tiempos de la UCD, para el que fue creada la abastecedora eléctrica de la central térmica de As Pontes, a punto de cierre pero reavivada con la actual crisis energética. También se asentaba en Chavín cercana a Viveiro una planta de ensamblaje de automóviles, la más importante galaica, con un modelo para su época, que montó un activo empresario mindonense, José Barro, con los chasis y los motores venidos de Francia que sus 100 operarios ensamblaban en esa su factoría con carrocerías por ellos manufacturadas. Allí se montaba un modelo llamado DeDión-Buton. Barro fundó también una línea de vapores que ligaban por mar Viveiro con Coruña, amén de otra de autobuses de Ribadeo-Viveiro-Vilalba-Lugo. Allí, en Chavín, también nació una de las romerías más multitudinarias y festivas de varios días, O Naseiro, a la vera de la misma factoría; se parte, desde allí también, al llamado Souto da Retorta, un frondoso parque arbolado a orillas del siempre caudaloso rio Landro donde creció, ahora más se desgaja, uno de los árboles más altos del país, el eucalipto O Avó, con una envergadura de 68 metros, pero que va menguando en ramaje.

Las ciudades de Ribadeo y Viveiro, y las villas de Foz, Burela, San Cibrao, O Vicedo son los principales emplazamientos urbanos, cargados de mucha historia. Por aquí numerosas huellas de la cultura atlántica, y de esa posterior que fue la romanización, de la que unos cuantos castros marítimos como el de San Tirso, en Portocelo, el de San Cibrán, el de Fazouro a cuyos habitantes hay que imaginarlos nutriéndose más de la mar que de la tierra. Y también puertos fenicios como el de Mourás y algún otro sin investigar.

Una emigración, sobre todo a la Cuba del post independentismo, posibilitó que los industriosos mariñanos hiciesen fortuna sin olvidarse de sus orígenes creando escuelas y centros sociales en toda la costa, tal como los asturianos, un precedente de altruismo que nos recuerda a las culturales anglosajonas en las que el que adquiere riqueza la revierte en gran parte en obras sociales como una forma de devolver a la sociedad lo que contigo hizo. Los países latinos carecen de esa cultura que nuestros emigrantes ultramarinos cultivaron siguiendo la conciencia de una tierra que pobre dejaron. Las casas de Indianos, también por Asturias, aquí jalonan las aceras de muchos pueblos, unas cuantas rehabilitadas, las menos, semiabandonadas, que forman parte de una arquitectura de principios del XX muy reconocible.

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