Opinión

La política de guerra y sus víctimas colaterales

La estridente confrontación entre los líderes de los principales partidos de nuestro país ha desalojado cualquier atisbo de debate político. Se han instalado en una vorágine de destrucción alimentada, bien es cierto, por casos de corrupción, comisiones ilegales y beneficios extraordinarios a costa de un estado de necesidad derivado de la pandemia, pero engordada artificialmente por estrategias de acoso y derribo que no pocas veces superan lo razonable. 

Nadie duda de la gravedad de escándalos como el caso Koldo ni de la necesidad de que sean esclarecidos, se depuren todas las responsabilidades y los responsables, políticos o no, carguen con las consecuencias penales, civiles y políticas correspondientes. Pero el empeño en generar cada día un bombardeo incesante de acusaciones mutuas genera efectos perversos. Uno de ellos es el descrédito de la política que alimenta la bestia negra del desencanto y lleva al ciudadano a la errónea conclusión de que “que todos son iguales”. Se traslada, en definitiva, a la opinión pública la imagen de que la política en España es un nido de corrupción. Así, en general.

El empeño en generar cada día un bombardeo incesante de acusaciones mutuas genera efectos perversos

Pero no solo ensucia la imagen de la política y del propio país; esta ciega confrontación al estilo del “Duelo a garrotazos” de Goya provoca víctimas colaterales. Da igual a quién se lleve por delante el misil con tal de que pase rozando al enemigo, y esto es algo que deberían afinar los estrategas de cada partido. A propósito de la trama del que fuera asesor de José Luis Ábalos en sus tiempos de ministro de Transportes, PP y PSOE se han enzarzado en una violenta traca en la que novios, esposas, demás familia y sus negocios han pasado a ocupar el protagonismo y el centro de la diana. Y sería razonable, si no se confundiesen los objetivos hasta el punto de sacrificar churras y merinas indiscriminadamente. Es indiscutible que los familiares de los altos cargos de la administración también están en el foco y sus actividades han de estar libres de toda sospecha. No por manido y antiguo deja de ser cierto el dicho de que “la mujer del César no solo debe de ser honrada sino también parecerlo”. Y lo cierto es que las actividades laborales de Begoña Gómez no son precisamente un ejemplo de pulcritud, dada su condición de esposa del presidente del Gobierno. Más bien al contrario.

Es indiscutible que los familiares de los altos cargos de la administración también están en el foco y sus actividades han de estar libres de toda sospecha

Otra cosa es meter en el enredo a todo aquel que haya pasado por allí. Y aquí es donde el PP (por desgracia, otros harían lo mismo) parece estar perdiendo la perspectiva. Su maniobra de insinuar que podría citar a declarar a Begoña Gómez por supuestos vínculos con empresas del grupo Globalia, utilizar ese argumento para recabar información exhaustiva sobre el rescate realizado por el Gobierno a Air Europa durante la pandemia y pedir la comparecencia del consejero delegado ejecutivo de dicho grupo, Javier Hidalgo, en la comisión de investigación del Senado es, por decirlo suavemente, un disparo errado. ¿Por qué no cita directamente a quien esta bajo sospecha en lugar de poner en el disparadero el nombre de una empresa y el prestigio del empresarios que ha conseguido mantenerla en pie contra viento y marea?

Demostrado está que el IE África Center que dirigía Begoña Gómez había firmado un convenio de colaboración con Wakalua, una de las empresas de Globalia, aunque nunca llegó a materializarse como consecuencia de la pandemia. Del mismo modo, es sabido que la Oficina de Conflictos de Intereses archivó la causa contra Sánchez por no haberse inhibido en el rescate de Air Europa. Ambos son hechos probados, pero conviene separar la paja del grano.

El PP, y más aún por su condición de partido más votado en las últimas elecciones, debería pararse a reflexionar sobre quiénes son sus adversarios y el daño que puede causar a quienes ni lo son ni forman parte de esta guerra. En su afán por descalificar al presidente del Gobierno pone en entredicho el rescate a una gran empresa de importancia estratégica en el empleo y en las comunicaciones de este país. Esa es la obligación del Estado, defender los intereses de sus empresas, de sus trabajadores y salir al rescate cuando la situación lo requiera. Como lo harían y han hecho otros estados del llamado primer mundo. 

Pero es que, además, el dinero que recibió Air Europa no fue un regalo ni siquiera una subvención, sino una serie de créditos por los que está pagando los intereses y que, al igual que los que recibieron otras empresas, tenían por objeto evitar la quiebra de la segunda compañía aérea del país en un contexto en el que la declaración del estado de alarma por la pandemia causó pérdidas de más de seiscientos millones de euros.

El dinero que recibió Air Europa no fue un regalo ni siquiera una subvención, sino una serie de créditos por los que está pagando los intereses

Es un dislate político disparar al presidente del Gobierno, apuntando directamente a la línea de flotación de una de las grandes empresas de España. Semeja una maniobra más propia de un Podemos que siempre termina poniendo en el foco de sus críticas a los empresarios y a Amancio Ortega como bestia negra. Nadie que aspire a volver a la Moncloa puede armarse con un argumentario del estilo. 

La descalificación sin límites y el ruido descontrolado son armas de autodestrucción. PP y PSOE deberían normalizar su talante político porque con él están abriendo las puertas a oportunistas y espontáneos. Y no hay que ir muy lejos para ver el ejemplo. Solo echarle un vistazo a la composición de la corporación municipal de Ourense.

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