Opinión

El beso

Si una imagen vale más que mil palabras, el beso que Pedro Sánchez le estampó en la mejilla este sábado a Susana Díaz fue más contundente que cien editoriales de prensa. París bien vale una misa y Andalucía bien vale un beso y algún achuchón suplementario. Claro que quienes saben no pueden olvidar fácilmente las lindezas que uno y otra se han dicho -a sus espaldas, naturalmente, y puede que en encuentros lejos de cámaras y micrófonos- y el odio que a ambos los ha animado, antes de que la vecindad de las urnas los haya unido.

Pero ya estamos en la precampaña andaluza, volcada en unas elecciones que, decían los sondeos dominicales, ganará el PSOE, pero perdiendo votos y con necesidad de gobernar con otros. Seguramente, con la versión andaluza de Podemos, que no es precisamente, laus Deo, la de Pablo Iglesias. Porque Ciudadanos, que es quien más sube de acuerdo con los sondeos, para lo que valgan, ya ha prometido que no volverá a haber pacto con los socialistas andaluces. Y yo lo creo, porque, tras las andaluzas, vienen las municipales y luego las generales, y a Rivera le conviene poco la imagen de un acuerdo con este PSOE, sea el de Sánchez, sea el de Díaz, al que no se cansa de sacudir a la menor oportunidad. Así que tendremos, como anticipo quizá de otras convocatorias electorales, un pacto socialistas-Podemos, que es, al fin y al cabo, el que ya está rigiendo y vigente, aunque no esté oficializado como Gobierno de coalición, a nivel nacional.

Lo que ocurre es que lo impostado, lo artificial, tiene, como las mentiras, las patas muy cortas. Y ese beso como de Judas sonaba más falso que un billete de cuatro euros. A uno, que inicialmente aplaudió la moción de censura que acabó con Rajoy, casi todo lo que ahora rodea al inquilino de La Moncloa, desde la escena de la firma del plan de Presupuestos con el vicepresidente "in pectore" Iglesias, hasta nombrar a una niña de doce años ministra con cartera, le parece algo artificial. Como hecho por un ilusionista de la imagen, humo, hop, y sale la paloma de la chistera, a volar por los aires.

Claro que aún peor es sobreactuar y decir, como ha dicho Casado, lanzado al vértigo del abismo, que lo de Susana Díaz es como el castrismo, se supone que de los tiempos de Sierra Maestra, como si eso fuese comparable con el Mulhacén y la lideresa equivalente al barbudo Fidel. Lo excesivo rinde poco, y los andaluces, que saben que su Junta funciona mal desde los primeros tiempos y que mayoritariamente piden cambios y cambio, no saben en quién fijarse a la hora de votar, así que lo previsible es que muchos sigan votando lo mismo. O sea, lo que viene ocurriendo a escala nacional desde 2015, cuando se inició esta enorme crisis política: que los ciudadanos se muestren poco dispuestos a otorgar toda su confianza a una sola formación. Exigen pactos, contrapoderes, equilibrios.

Y ya en Cataluña no digamos: me parece que si el tándem Torra-Puigdemont no convoca elecciones a finales de esta misma semana, cuando sería ya posible, es porque no está seguro de ganarlas, o sea, de no perderlas. No han sido capaces ni de mantener el acuerdo "independentista" con Esquerra, ni se sacudirse el abrazo del oso de la CUP, que seguramente se animará a "conmemorar" a su manera la tristísima efeméride del 27 de octubre, cuando todo se empezó a venir definitivamente abajo.

No entiendo qué necesitan estos políticos nuestros para recapacitar en que así no vamos a ninguna parte. Y Andalucía y Cataluña, junto con Madrid -que esa es otra- los graneros de votos más importantes de España, son, van a ser, una buena muestra de la impotencia de eso que se llama "clase política" para arreglar los problemas de los que la votamos y pagamos. No, ni con besos ni con declaraciones guerreras que epatan a los titulares de prensa llegaremos a construir algo verdaderamente positivo.

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