Opinión

El poder lo justifica todo

Estaba cantado desde el mismo momento en que cerraron las urnas el 2-D y se conocieron los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas que daban la mayoría del parlamento andaluz a la suma de escaños del PP, Ciudadanos y Vox, -el partido representante de la extrema derecha en España- que los tres partidos alcanzarían un pacto para desalojar al "régimen" socialista de Andalucía, ejercido a lo largo de 36 años. El "cambio", la palabra mágica en cualquier elección, giraba a la derecha, y para conseguirlo y hacerse con el poder era preciso blanquear a la extrema derecha, aunque hubiera quizá taparse la nariz a la hora de negociar puestos y cargos. Los primeros los de la mesa del Parlamento en la que entra Vox, lo que concede al Parlamento andaluz el dudoso honor de ser la primera institución con contar con ese partido con voz y voto.

Pero lo que estaba claro es que ninguno de los tres partidos iba a dejar pasar la oportunidad de tocar poder en Andalucía. El PP porque se sacaba una espina que había producido una herida profunda y podía permitirse devolver a los socialistas uno de los agravios que recibieron cuando Javier Arenas les dirigía y resultó ser el partido más votado pero la coalición de partidos de izquierda acabó con sus expectativas. Ahora el PP lo consigue con el peor resultado de su historia, paradojas de la política pero que es la confirmación del carácter inexorable de la aritmética parlamentaria. El líder del nuevo PP, Pablo Casado, que no ha disimulado en ningún momento, necesitaba acreditar su mandato con un triunfo, aunque fuera vicario y contrapronóstico y no iba a dejar de airearlo por una cuestión de pincipios. Al fin y al cabo Vox es una escisión del PP, de ese sector que durante años estuvo cobijado bajo sus siglas y al que el tándem Rajoy-Sáenz de Santamaría le parecía que proponía soluciones excesivamente blandas cuando la extrema derecha solo cree en la mano dura.

Ciudadanos no le ha andado a la zaga desde que sus líderes decidieron que había pasado ya el periodo de formación y tenían que tocar poder y demostrar lo que valían. En estas semanas han pasado por todas las escenas que se desarrollan en el tinglado de la antigua farsa, han representado la comedia de la indignación y de los principios para acabar aceptando el drama que supone avalar a un partido -¿inconstitucional?- de extrema derecha, como aquellos contra los que luchan sus socios europeos, que conocen bien el peligro que encierran. Y en ese sentido corresponde al partido naranja la mayor responsabilidad a la hora de blanquear a Vox. Con su pacto para el Parlamento andaluz han vuelto a demostrar que sus principios son tan variables como sus intereses del momento.

Que para asegurar su gobierno PP y Ciudadanos hayan tenido que retorcer el reglamento del Palamento y dejar fuera de ella mesa a Adelante Andalucía, con más votos y escaños que Vox, es una cuestión menor ante el bien mayor de conseguir el poder y el nivel hasta el que están dispuestos a llegar. ¿Es Andalucía el banco de pruebas de lo que puede ocurrir en las próximas elecciones autonómicas y locales si el "three party" -Zapatero dixit- logra sumar para hacerse con los gobiernos correspondientes? No hay duda y Casado presume ya de ello. Que tomen nota los abstencionistas.

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