Opinión

Ganar tiempo

Otro nuevo pleno simbólico en el Parlament catalán, otra nueva dilación a la hora de afrontar soluciones realistas que permitan la elección de un presidente efectivo de la Generalitat, un nuevo episodio de enfrentamiento entre independentista y constitucionalistas que lejos de acercar posiciones profundizan en el desgarro social mientras que aquellos que preconizan la vuelta al diálogo, tender puentes, y algunas soluciones más o menos imaginativas e imposibles son ignorados. No es el momento de terceras vías.
En el debate ayer de las propuestas de resolución planteadas por el independentismo en bloque -JxCat, ERC y la CUP- en las que reivindicaban el "derecho" de Carles Puigdemont, Jordi Sànchez y Jordi Turull a ser investidos como presidentes de la Generalitat y la libertad de los presos, volvieron a escucharse argumentos manidos por todas las partes.

En el caso de los partidos independentistas todas estas maniobras simbólicas obedecen a la necesidad de ganar tiempo para definir cuál es el verdadero camino que deciden tomar, si el del desafío con todas la consecuencias como pretende la CUP y una parte de JxCAT, y plantear la elección a distancia de Carles Puigdemont, o si logran ponerse de acuerdo en un nuevo candidato que no se encuentre procesado.

Mientras buscan la salida de su laberinto, recurren a la teoría goebbeliana según la cual una mentira repetida mil veces se convierte en verdad y pintan un estado apocalíptico de represión política y persecución democrática, al mismo tiempo que magnifican el sentido de la última resolución del organismo de derechos humanos de la ONU sobre Jordi Sánchez, o vuelven la oración por pasiva y acusan a Ciudadanos y al PP de ser los causantes de la fractura social que vive Cataluña. Incluso se atreven a decir a los jueces españoles y alemanes lo que tienen que hacer.

En medio de los independentistas y del bloque Ciudadanos-PP quedan el PSC y “los comunes” con apelaciones bienintencionadas al diálogo, muestras de empatía con los políticos presos y su familiares y propuestas de gobiernos transversales, en todas sus facetas, desde la reedición de un nuevo “tripartito” entre ERC PSC y el partido de Xavier Domènech, a un gobierro “amplio y transversal”, como ha pedido el líder del partido de Ada Colau, o un gobierno de concentración -negado por el PSOE- o de unidad nacional, una propuesta intemporal de Miquel Iceta.

Este buenismo choca con una doble incomprensión, la de los “indepes” que no quieren que se visualice su derrota de esa manera y que no están dispuestos a iniciar un diálogo que suponga dar un paso atrás en el terreno que han conseguido, y la de aquellos que no ven otra salida que la derrota por medios políticos o judiciales de quienes han pretendido un golpe de Estado. La pretensión es que queden inmunizados y se recupere la posibilidad de entablar diálogo con un catalanismo moderado que respete el marco constitucional, que ahora no existe organizado políticamente, pero que debe ir acompañada, por parte del Gobierno, de iniciativas para resolver un problema político del que no se puede negar su existencia ni dejar su solución a las sentencias judiciales.
Y mientras la CUP vive sus momentos de gloria, tiene condicionados a todos los representantes de la voluntad popular y además dirige las algaradas en la calle.

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