Opinión

Palabras y hechos

La conmemoración del primer aniversario del referéndum ilegal del 1-O se ha desarrollado en el ambiente contradictorio en el que vive toda la política catalana desde aquel momento, señalado como el principio de la nueva legalidad del que derivaría una declaración unilateral de independencia que más fue un entierro de la nonata república catalana, un farol, como dijo la exconsellera, Clara Ponsati, pero que aun así constituye el punto de partida de la nueva mitología independentista.

La contradicción llega hasta las discrepancias entre los dos presidentes de la Genealitat, el real y el simbólico, acerca de lo que deben hacer los Comités de Defensa de la República (CDR), el brazo más beligerante del independentismo, el que considera que la calle es suya y el que no rehuye utilizar la violencia para avanzar hacia la república. Donde Puigemont les llama la orden para que no utilicen la violencia y se vean enfrentados a los mossos d'esquadra, para mantener la esencia del movimiento independentista, el presidente real, Quim Torra, anima a los miembros de los CDR a “apretad, hacéis bien en apretad”, los mismos que un día antes le habían acusado de traidor porque la Policía Autonómica había intervenido para frenar su intento de boicotear la concentración en favor de la policía por su actuación el 1-O.

Tras ser puestos en la picota, la actuación de los mossos en el día de ayer brilló por su ausencia y no actuaron ni en manifestaciones ni en las acciones de los CDR en contra de la legalidad constitucional y los derechos de los catalanes, Una ausencia de órdenes de no actuar a sumar a la lista de agravios que se pondrán sobre la mesa en el caso de que sea necesario aplicar de nuevo el artículo 155 de la Constitución. A los miembros de los CDR solo les falta que les jalee el presidente de la Generalitat para intensificar sus acciones, lo que a la vez causa inquietud a Puigdemont. Esta debe ser la primera discrepancia entre ambos.

La contradicción es aún más intensa cuando Torra anima a defender en la calle lo que es incapaz de desarrollar desde las instituciones. Sus palabras pueden considerarse instigadoras de una violencia de baja intensidad que puede cambiar de carácter en cualquier momento, a la espera de una respuesta policial que les sirva, como les sirvió en el 1-O para poner en la picota al Gobierno de la nación. Torra ejerce de bombero pirómano y quizá en algún momento deba arrepentirse de haber animado a los CDR a “apretar” para mantener la llama de la consecución de la república a costa de la mitad de la sociedad catalana que da la espalda a su pretensiones, con acciones que van en perjuicio de los intereses económicos y sociales de todos los catalanes, como demuestran los datos económicos y los problemas de convivencia que los independentistas niegan pero que se hacen cada vez más evidentes.

La palabras de Torra y las de Puigdemont, sin embargo siguen quedándose en la superficie, en la retórica de la épica forjada alrededor de la mentira de un referéndum ilegal y a beneficio de parte. Mientras, siguen sin darse pasos que puedan ser constitutivos del desarrollo de la hipotética república y pro tanto susceptibles de originar una reacción de defensa por parte del Estado.

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