Opinión

Niños y niños

Ni a los niños de Oriente Próximo ni a los de África (entre otros muchos) hace falta difuminarles el rostro para salvaguardar su identidad. Nadie va a denunciar intromisión en su intimidad. En eso son iguales, por ejemplo, a las infantas, aunque a ellas les va en el cargo la cosa de la imagen pública. Pero para los miles de menores que a menudo salen en las noticias siempre rodeados de tragedias, lo de menos es preservar su privacidad. Eso no nos preocupa lo más mínimo.

Viene esto al caso porque acabo de ver a Omran, el niño sirio cuya imagen dio la vuelta al mundo hace un año: sentado en una ambulancia, quemado y lleno de heridas, mientras esperaba a que lo llevasen a un hospital de Alepo. No lloraba ni pedía auxilio. Solo miraba y se tocaba la cara, con el sufrimiento tan asumido como el respirar. Pues bien, Omran vuelve a ser noticia porque acaban de difundir un vídeo y dos fotos suyas: la de hace un año en la ambulancia y la de estos días, ya recuperado y aparentemente feliz. 

Mientras a los niños de la prensa rosa les siguen “pixelando” los ojos —la exclusiva es la exclusiva— a Omran nos lo ofrecen a cara descubierta. Él solo es un “daño colateral”. Los otros forman parte de ese circo comercial que, previo pago, aún respeta la intimidad de los menores. Por eso vemos bien que salgan con una tira traslúcida en los ojos o que los fotógrafos eviten deliberadamente sacarlos en el plano junto a sus padres, en medio de una maraña de micrófonos y pasos apresurados. 

Supongo que en Alepo la justicia prioriza otras cuestiones antes que la intimidad de los menores. En Alepo y en otros lugares... Los niños anónimos son anónimos para todo. Y la prueba es Omran. Es evidente que la vida forma parte de una subasta en la cual, dependiendo de tu economía y del territorio donde vivas así te irá. Donde la razón se obtiene a base de fanatismo y violencia los derechos son como el rostro de Omran en la ambulancia: sangrantes. Son lugares en los que la única exclusiva que llena bolsillos es la ilusión por sobrevivir.

Por eso, ahora que veo a Omran sin quemaduras, me alegro, y defiendo que no hay que poner vendas en los ojos de nadie, si acaso quitarlas para ver el egoísmo que aniquila la inocencia infantil. Eso sí debería ser delito. Pero como a los niños basta con darles un caramelo, pues nada... Y si apuntan maneras bélicas, un fusil tampoco es mal regalo. Todo sea por verlos crecer fuertes ante la adversidad, a nuestra imagen y semejanza.
 

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