Opinión

Trespedidas

Un día, Amando de Miguel dijo que en España la gente se despide tres veces. Sí, tres. Aquí no vale lo del «Hasta luego» a secas, como hacen los americanos y los ingleses. Es casi una descortesía. 

Yo me puse a observar el tema y, efectivamente, comprobé que las «trespedidas» son una práctica habitual: después de una reunión, sea larga o corta, primero decimos: «Bueno, pues nada…» (primera despedida). A esto le sigue un comentario cualquiera —con sus correspondientes segundos de duración— y entonces viene la segunda: «Seguimos hablando…». Llegados a este punto entramos en los momentos de la basura que preceden al definitivo «Venga, hasta luego».

¿A qué sí? ¿A que nos tomamos tan a pecho el tema que casi nos duele separarnos de nuestro interlocutor? ¡Es como si nos fuéramos para siempre, oye!

Ahora bien, todo esto tiene una ventaja: socializamos más. Millones de personas nos «trespedimos» cada día, prisas mediante; y solo cuando la premura manda recurrimos al saludo en movimiento, a la sonrisa andante o a la palmadita pasajera. En estos casos, como autómatas movidos por la celeridad, sin mayores explicaciones, unos y otros sabemos que no hay tiempo que perder.

Claro que también los hay que, aun viendo que vamos a toda mecha, te bloquean el paso como un jugador de rugby, o puede darse la circunstancia de que queramos eludir algún encuentro incómodo, para lo cual recurrimos hábilmente y sin que se note a lo que llamamos «hacer el avión» (nos entendemos, no es necesario explicarlo más).

Sea como fuere, Amando de Miguel tiene razón. En España la cortesía en las despedidas lo puede todo. Siempre queda algo por decir y lo decimos… Y si el tema se ha agotado, ahí está el recurso del tiempo, maravilloso comodín atmosférico. Lo cual me parece perfecto: hoy, que todos nos quejamos de falta de comunicación piel con piel por culpa de las redes sociales, el que sobreviva la genuina despedida dice mucho a nuestro favor.

Perseveremos, pues, en ello. Que no decaiga. Solo nos falta que se ponga otra vez de moda lo de llevar sombrero para tocarse el ala cada vez que saludemos. Que nadie lo dude: al otro lado de Gibraltar también sabemos ser elegantes en el trato. 

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