Opinión

La sombra de Zapatero en la “deconstrucción” del Estado

Es de imaginar que, cuando los historiadores del futuro analicen las causas de las agitadas controversias de la España de nuestros días, si todavía existe como Estado, habrán de anotar al responsable de la “deconstrucción” de la nación, que el fuera presidente de Italia, Sandro Pertini, calificó como “uno de los grandes pueblos, de las grandes naciones de la historia”. El actual presidente Sánchez es un alumno aventajado de Zapatero, pero lo ha superado en muchos sentidos. La deconstrucción es el desmontaje de los elementos fundamentales de una estructura, en este caso, el Estado, con un fin determinado. Estos días aparece mucho en escena el protocónsul del chavismo, Zapatero, a quien el secretario de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, dijera aquello de “No sea usted imbécil”. 

¿Es que Sánchez, licenciado en Derecho, puede ser considerado un notable constitucionalista por su obra y pensamiento? El ex presidente ha recuperado sus viejas retahílas conocidas. En su currículo dice, sin el adecuado matiz, que fue “profesor” (¿invitado, asociado) de Derecho en la Universidad de León por breve tiempo. Dicen que su vocación política le surgió en 1976, en un mitin del todavía ilegal PSOE en Gijón, donde nació su admiración por Felipe González. Hay un video de aquel acto, donde Zapatero aparece con melena y su sonrisa que algunos han calificado de diversos modos. Llegó al Congreso en 1986 como diputado.

Desde el primer momento pretendió una revisión histórica de la Transición y fue más allá, como si quisiera reformar la propia historia de la II República y hacerla sobre el papel ganadora de la Guerra Civil. Volvió a abrir asuntos que la amnistía del 77 y la Transición dejaron cerrados. Tuvo ocurrencias diversas dentro y fuera de su partido, pero con la misma obsesión, proponiendo “El cambio tranquilo” o la “Nueva vía”, con colaboradores tan curiosos como el gallego Pepiño Blanco, a quien pese a no haber trabajado en la vida o poseer oficio o carrera, llegaría a nombrar ministro de Fomento, cosa insólita y expresiva. Los efectos adversos del clima creado por los errores de Aznar y la mala gestión de la crisis de los atentados del 11-M beneficiaron su candidatura en 2004, por lo que llegó al Gobierno. Y ahí empieza una etapa que llega a nuestros días.

En plena crisis económica, que colocó a España al borde del rescate llegó a decir que el país estaba en la “Champions league” de la economía, para seguidamente tener que tomar drásticas medidas, como rebajar el 5 por ciento de su sueldo a todos los funcionarios del país. El discurso donde lo anuncia desde la tribuna del Congreso fue memorable. Desde el primer momento tuvo como objetivo lo que se calificó de medida de aproximación a ETA, a favor de la paz. Pero cuando la organización terrorista volvió a asesinar (atentados de Barajas), siguieron las negociaciones, pese a decir lo contrario, aparte de los incidentes del Bar Faisán, el soplo a la red de recaudación del impuesto revolucionario de la acción policial

Pero el momento decisivo sobreviene en 2006, cuando, atendiendo a su amigo Maragall, anuncia sin más que aceptará el Estatuto que le mande el Parlament de Cataluña y se lo mandaron. Ahora en la retahíla de discursos para justificar la amnistía a la carta, tanto Sánchez como Bolaños culpan al Tribunal Constitucional de ser los causantes de la reacción del “procès”. Como se recordará, las reformas afectaron a 14 artículos, perfilando el concepto de Cataluña como nación, la creación de un poder judicial propio, la usurpación de competencias no cedidas por el Gobierno en cuestiones esenciales o recortando las competencias del defensor del pueblo en Cataluña, entre otras. Zapatero creó el marco dentro del que se instalaron cómodamente los partidarios de la voladura del Estado, para ir más allá de aquella “asimetría” que Maragall le propuso y él aceptó. La sombra de Zapatero se sigue proyectando sobre la España actual.

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