Opinión

Abrahán el filicida

El 14 de febrero del año 1945 se reunían en el canal de Suez, a bordo del crucero americano USS Quincy, el presidente de EEUU, Roosevelt, y el rey de Arabia, Abdelaziz Ibn Saud. Un testigo privilegiado de la entrevista fue el coronel William Al. Eddy, que hizo de intérprete entre los dos mandatarios. Esa reunión fue el inicio de la alianza que se ha prolongado hasta la actualidad entre el Reino Saudí y EEUU. Roosevelt murió transcurridos dos meses de la reunión, cobrando un papel fundamental el intérprete William Eddy, que alcanzó gran influencia en la política americana en relación con el mundo islámico, por el que manifestó siempre su simpatía. Además, el núcleo de poder de la Casa Blanca temía que la Unión Soviética se inclinase por los árabes a raíz del nacimiento del Estado hebreo. Stalin llevaba ventaja, pues URSS había firmado tratados de amistad, ya en el año 1921, con Afganistán, Turquía y Persia (hoy Irán). Curiosamente, el rey Saud se opuso a la creación de un Estado judío en Palestina con un argumento que en su momento creó inquietud en el mundo occidental: “Los judíos y sus descendientes deberían ser indemnizados con las propiedades de los alemanes que les oprimieron”.

Con el acuerdo secreto firmado, Washington resolvió la crisis del petróleo y su control, mientras que Riad garantizaba su seguridad adquiriendo armamento y la protección del país más poderoso del mundo. Lo que la opinión pública desconoce es el doble juego de los saudís, permitido por la inteligencia americana: nunca poner en peligro la existencia del Estado judío; de hecho, no participó nunca en guerra alguna contra el demonio sionista, pero nunca dejó de financiar el integrismo islámico con infinitos recursos, entre los que hay que incluir a los grupos terroristas que actúan contra Occidente (las Torres Gemelas es el ejemplo más ostensible) y subvenciona las escuelas coránicas y los Hermanos Musulmanes, nido de futuros integristas.

La política de EEUU en Oriente (Próximo y Medio) mantiene los acuerdos de Roosevelt y Saud (redactados por William Eddy) y, en un salto al vacío de imprevisibles consecuencias, elimina los países árabes que confrontan con Arabia Saudita, por su aparente ambigüedad política: Iraq, país laico, sufre una guerra que le cuesta la vida a su presidente, Saddam Hussein, que es ejecutado sin garantías jurídicas. Los responsables, entre los que se encuentra José María Aznar, debían de ser juzgados por crímenes de guerra. Lo mismo sucede en Libia, país laico donde su dirigente, Muamar el Gadafi, es despedazado (recuerda la muerte de Mussolini) por una multitud enfurecida, y el rico país, con la renta más alta de África, sucumbe a la ira de la “Primavera Árabe”. Siria (laico por supuesto) resiste con grandes pérdidas en vidas y riquezas. Crean el ISIS, con el empuje de los fundamentalistas sicarios de los saudís que, por su integrismo criminal, no logran hacerse con el poder. La primavera árabe se ha llevado por delante los países árabes ideológicamente más progresistas y socialmente más adelantados. Dinastías como la hachemita, la alauita, la saudita... Brunei, no han sufrido con las “primaveras” y han reforzado su poder dictatorial. A pesar de su desprecio al pueblo, al que llegan a abandonar en momentos de catástrofe, como el rey de Marruecos, que vive en París cuando el clima de su país es desagradable para su persona.

Mientras los árabes viven sus convulsas y violentas transformaciones, los judíos, a través de su servicio de inteligencia (Mosad), con la colaboración de los saudís, fundan utilizando procedimientos ultra secretos grupos terroristas que justifiquen el papel del Estado Israelí como policía que protege a Occidente. Hamas se fundó cuando la OLP de Arafat estaba en su mejor momento y Fatah negociaba el Estado palestino ¿Quién se benefició de la lucha fratricida de las dos facciones palestinas más importantes? ¿Quién, en 2004, presuntamente envenenó al líder de la OLP, Yasser Arafat?

El coronel Eddy, en su posición de defensor del arabismo en confluencia con el sionismo, recoge la causa de esa unión en una turbadora frase que el secretario de Estado de Eisenhower, Foster Dulles, reproduce: “Una alianza entre la cristiandad y el islam frente a la Rusia atea e imperialista”.

En 2020, la Administración de EEUU tenía por primera vez el conflicto resuelto con la victoria de Israel y la participación de los países musulmanes en un tratado que marginaba al pueblo palestino: los emiratos árabes, Sudán, Marruecos y Bahréin ya han firmado, y a la cola había muchos más, pero Abrahán, patriarca del pueblo semita, sacrificó a Isaac e Ismael, y su descendencia se volatilizó y el caos gobernó el mundo.

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