Opinión

Atormentado

Recientemente he leído que un hombre se ha entregado a la policía porque vivía atormentado por los crímenes que había cometido. No podía dormir, las pesadillas le mantenían en vela durante la noche y los rostros de sus víctimas le acompañaban en cada instante de su vida. ‘¡Soy un sicario! -exclamó al entregarse-; no puedo vivir en este tormento’. Su trabajo era guardar cabras, y los hechos se remontan a 1997, y pese al tiempo transcurrido su remordimiento seguía siendo inmenso; dos seres humanos habían dejado de existir por su culpa y este hecho le perseguía a todas horas, no le dejaba vivir y prefirió entregarse a la justicia de los hombres.


En Francia, otro hombre, asesino también, ha sido detenido por las fuerzas de seguridad galas y españolas, no ofreció gran resistencia pero profirió gritos amenazadores y desafió a los gendarmes con una gran agresividad verbal; todos los días en su enferma mente planificaba el crimen y la extorsión. Había par ticipado en múltiples asesinatos, directamente o en su planificación. Este hombre consideraba justo el asesinar a aquéllos que no pensaban como él y le atormentaba la idea de que hubiese paz y convivencia en su país. Boicoteó el proceso de diálogo y eligió el tiro en la nuca para defender sus tesis, catequizaba a otros para que le acompañaran en esa dinámica de terror y se sentía satisfecho cuando la sangre inocente regaba las calles de su querida ‘patria’. Aunque parezca mentira, aun en los asesinos existen diferencias. Garikoitz Aspiazu, Txeroki, el asesino etarra, es más repugnante que el cabrero sicario; el primero cree justo y necesario el crimen, el segundo no puede soportar el horror que ha causado. El primero quiere seguir matando, el segundo muere de arrepentimiento. Ambos sufren y en su sufrimiento está la venganza de sus víctimas. La Justicia, antes o después, siempre triunfa, pues ambos criminales viven atormentados. ¿Sentirá el mismo tormento el culpable de una guerra?

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