Opinión

Por qué Casado no ganó el Congreso del PP

La eugenesia política promete superar las incertidumbres de la supervivencia según las cuales es imposible predecir quién resulta ser el más apto para que la nación llegue a desarrollar una actitud positiva de forma permanente; este planteamiento reaccionario es la base filosófica del triunfo de Pablo Casado en el reciente congreso del PP. “Un partido de los mejores para los mejores”, “unos principios emanados de su verdad para imponer la moral en las leyes del Estado”, una visión patrimonial de las víctimas del terrorismo, la exclusión del “otro” en la toma de decisiones, los símbolos identitarios como nexo de unión y el retorno a los valores patrios que nos recuerdan los de un estado totalitario.

He referenciado en varios artículos la frase de la psicóloga siria nacionalizada americana Wafa Sultán cuando fue entrevistada por la emisora Al Jazira: “No me importa que se crea en la divinidad de las piedras, siempre que no me las arrojen”. Casado pretende reformar avances sociales que mejoran los derechos individuales de los ciudadanos; con sus propuestas está propiciando que las piedras empiecen a volar. Cuestiona la libertad de la mujer en la toma de decisiones sobre su cuerpo, pretende limitar los derechos de homosexuales y lesbianas, rechaza la ley de la memoria histórica, apuesta por una educación de clases sociales y pretende evitar el derecho de los que sufren a elegir una muerte digna. Con estos postulados se aleja de lo que es en Europa una derecha moderna y se aproxima al ideario de la extrema derecha nacionalista y retrograda.

No me corresponde a mí hacer un análisis de las causas que llevaron a la derrota de la ex vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría después de haber sido la más votada por las bases. Pero, sin entrar en temas orgánicos, me atrevo a sugerir lo que he percibido como observador imparcial: quizá un discurso menos convincente, tal vez un lenguaje corporal más rígido y apagado, acaso el rechazo de los otros candidatos que unieron sus fuerzas en apoyo de Casado, sin duda su identificación con las políticas de M. Rajoy, también cuenta la falta de entusiasmo en su último discurso y los errores de sus asesores. En contraposición a Soraya, Casado ha trasmitido ilusión, ha conectado con los sectores más conservadores del PP, ha sabido aunar a todos los descontentos con el aparato del partido y, por encima de cualquier otra consideración, ha sacado provecho de la mala relación de Soraya con Dolores de Cospedal (que paradójicamente era la más genuina representante del aparato).

El impacto del triunfo de Casado supone el reforzamiento de la tesis de que en el juego político la arbitrariedad de las “ideas” puede llegar a convertirse en el centro de la visión de la vida y del mundo. Los militantes de los partidos se ven amparados por la cubertura que les da el líder carismático que les conduzca a la victoria final sin importarles las consecuencias sobre los idearios de otros individuos. Cuando se cree encontrar el líder adecuado, se le perdona todo incluso sus ramalazos totalitarios, lo importante son los resultados electorales.

La confrontación está garantizada: todos contra todos, Ciudadanos ve amenazada su incursión en el espacio de la derecha nacional; el partido socialista se ve reforzado en su viraje hacia el centro-izquierda; Podemos tratará de consolidar el espectro izquierdista; mientras el nuevo líder derechista intentará ocupar todo el espacio de derechas volviendo, en una regeneración regresiva, a recuperar el ideario aznarista. Y, como telón de fondo, la situación catalana seguirá siendo un granero de votos para los que impulsan la radicalización y el enfrentamiento. 

Pero a pesar de todo la vida sigue.

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