Opinión

El gran líder

Al escribir este artículo no pretendo ser objetivo, ni tan siquiera imparcial. Solo intento expresar subjetivamente, por supuesto condicionado por mi ego, mis temores ante los acontecimientos que se están produciendo en la sociedad del siglo XXI; que, a mi entender, son de tal magnitud que están transformando las relaciones humanas a niveles nunca imaginados. Las escasas referencias éticas, el miedo a un terrorismo indiscriminado, la impunidad de los crímenes de Estado, la inoperancia de la justicia universal, el incremento de las desigualdades sociales, el descrédito de las ideologías, la agonía de las religiones, la crueldad del capitalismo, el endiosamiento del consumo, el deterioro medioambiental… son síntomas de la grave enfermedad que padece la humanidad: la inhibición social y sus consecuencias en la manipulación de las mentes. 

Un sistema educativo que destruye la creatividad, que no fomenta el espíritu crítico, que renuncia a la inclusión, que huye de la singularidad y que no valora el esfuerzo; es el primer eslabón de una cadena hábilmente diseñada para controlar el pensamiento de cada individuo, en un intento de convertir al ciudadano anónimo en un elemento amorfo de un “populacho” fácilmente manipulable. Un “populacho” que ve con buenos ojos la aparición de “un gran líder” que dirija el destino de la Nación y le permita disfrutar de las migajas que las élites, a las que admira e idolatra, reparten generosamente. Ya en 1951, Hannah Arendt afirmaba en su obra “Los orígenes del totalitarismo” que: “Las clases altas saben que el populacho es carne de su carne y sangre de su sangre” por eso han establecido una alianza que hoy se ve reforzada por introducción de la tecnología como elemento alienante del pensamiento colectivo.

Conscientes de la orfandad en la que vive el ciudadano y su renuncia voluntaria a enfrentarse con una realidad que no interpreta y a la que teme por la inseguridad que le crea, muchos dirigentes políticos tratan de ser considerados “líderes carismáticos” seduciendo a las masas con discursos persuasivos que solo los “elegidos” pueden ofrecer. Patéticos ejemplos de esta sumisión la visualizamos todos los días en los debates televisivos donde sesudos contertulios se convierten en portavoces del pretendido “líder carismático” y arengan al “populacho” que ha renunciado a su derecho a pensar. 

La triste realidad es que los Derechos Humanos, supuestamente inalienables, se vulneran sistemáticamente en casi todos los países del mundo, en nombre de su inaplicabilidad o por la inhibición de los pueblos en su relación con los gobiernos. Si no fuese así no se podría comprender el grado de putrefacción a la que se ha llegado en la gestión de los recursos públicos; es la inhibición de la población la que permite que las “élites” sigan saqueando esos recursos. La Sociedad tiene que protegerse de la nueva “peste” que amenaza su bienestar; ha de enfrentarse a la camarilla corrupta y para ello debe de participar activamente para dignificar su papel protagonista en el devenir histórico y olvidarse de los “líderes carismáticos”, de triste recuerdo, como salvadores de la Patria. 

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