Opinión

Estamos en tiempo de carnaval

Confucio dijo: “He oído discursos que carecen de palabras… como desearía tener un pico de un metro de largo”.

Discursos vacíos, huecos de contenidos, fríos, distantes, dirigidos a una pléyade de convencidos y adoctrinados que escuchan pero no oyen, pero aplauden a la orden de una clac hábilmente situada.

Tres espectáculos se han disputado los espacios televisivos, todo estaba previamente programado. El uno a la búlgara, controlado, previsible, soso y profundamente aburrido, el reparto de poder concentrado en un indolente líder que se deja querer pero no sabe amar; objetivo alcanzado, las masas se tranquilizan, el Estado protector está en manos de quien ejerce el poder y garantiza que habrá migajas para el pueblo; ¿la corrupción?, asumida y amortizada. El segundo, bullicioso, aparentemente incierto, con víctimas para el sacrificio necesario para el renacer del cisne convertido en fiero felino.

Con gestos teatrales se escenifica el encumbramiento de mítico Odín y se promete luchar para alcanzar los viejos paradigmas revolucionarios; los cachorros afilan los dientes y se preparan para las grandes batallas. El tercero, el ocaso de un proyecto ilusionante, el refulgir de una estrella decadente, el balido de las ovejas controladas por un viejo zagal, esperpento de la mediocridad, adocenamiento cognitivo y “¿ahora toca?”; la traición se quita la máscara con lentitud exasperante, manipulación, mentiras y mucha soberbia.

Las palabras huyen, pierden significado, se diluyen en artilugios diseñados para anular el pensamiento. Ilusiones e intereses se reparten los deseos de participar en el desarrollo del devenir y las víctimas asumen su sacrificio con una resignación bíblica. Los actores del sainete diseñan sus estrategias disfrazados para un carnaval grotesco e insultante.
Cual Zeus en su trono, Mariano goza de las mieses en un Olimpo eviterno y distante. Las amazonas guardan su santuario con renovada rivalidad. Síes y noes hermafroditas de una contabilidad presuntamente fraudulenta garantizan el férreo control de un sonriente icono de amorfa sensibilidad; más de lo mismo y todos contentos.

Mientras tanto, un descendiente de Perseo enardece a sus fieles y se alza con el mando absoluto después de derrotar a su fiel Folo, que sucumbe asaetado por los dardos de su amigo. Al grito de “unidad”, se alzan las voces de los jóvenes soldados de la utopía redentora. Craso error, la muerte de Folo supone el fin de las nuevas ideas y adelanta la derrota de mítico Heracles que será traicionado por Licas, que no puede perdonar su marginalidad institucional.

En otro lugar, Hipólita se deja querer, sus oficiales le rinden pleitesía, la necesitan, es su última esperanza para mantener sus privilegios palaciegos y frenar las ambiciones de un renacido Teseo. Mujer aguerrida, arenga a sus tropas, su potente voz resuena con estruendo en el limitado recinto donde se arremolinan sus escasas milicias. Vaguedades, ripios, falsas sonrisas, vanas esperanzas… traición y fracaso.

¿Y el recibo de la luz? ¿Y la corrupción? ¿Y el conflicto catalán? ¿Qué pasa con la reforma educativa? ¿Y con el deterioro de la sanidad? ¿Y con las pensiones?… Preguntas y más preguntas con respuestas encriptadas. Pero estamos en Carnaval y todo es posible; los gurús de la política también se disfrazan, ¿o son así?

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