Opinión

La filósofa Hannah Arendt y los buenos y los malos

La filosofa Hannah Arendt, judía alemana, discípula de Martin Heidegger, con el que mantuvo una íntima relación a pesar de sus profundas diferencias ideológicas, fue la autora de múltiples trabajos sobre el antisemitismo en Occidente, destacando “El origen del totalitarismo” y “Eichmann en Jerusalén”, textos de obligada lectura para analizar con un mínimo de rigor los orígenes del conflicto de Oriente Próximo y sus implicaciones en el panorama mundial.

Profundamente ética y defensora de la verdad por encima de sus propios intereses, denunció la cooperación de los Jundenrat, nombre que recibían los consejos de judíos de gobierno de los guetos; muchos de ellos traicionaron a sus compatriotas, incluyéndolos en las listas de los que iban a ser ejecutados en cada jornada. Por supuesto, nunca se incluían los nombres de los miembros de los Jundenrat. Esa comprobada colaboración fue negada por los dirigentes sionistas, incluso por los cofundadores del Estado de Israel. Sin embargo, en la actualidad nadie niega esa colaboración diabólica con los nazis, poniendo como ejemplo de estos despreciables colaboradores al sionista Mordechai Chaim Rumkowski, que utilizó su cargo de presidente del Jundenrat del gueto de Lodz para extorsionar y violar a mujeres judías. La muerte de Mordechai fue tan cruel como su vida, fue torturado hasta la expiración por familiares de sus víctimas.

Arendt fue rechazada por la sociedad judía, incluso por sus íntimos amigos, por denunciar a los responsables de los Jundenrat que colaboraron con los nazis. Aunque siempre por la perspectiva de la “inclusión del otro”.

Como si se tratase de una novedad, la comunidad internacional está consternada por la acción de los terroristas de Hamás que culminó en cientos de muertos por ambas partes. Para unos es la respuesta al terrorismo de Estado que practica habitualmente el Estado judío contra los palestinos, para otros es la expresión más criminal de los que llenos de odio utilizan la violencia indiscriminadamente contra los judíos considerándolos como colonizadores de su patria, siendo cualquiera víctima de su fanatismo. 

El Viejo Milenario rechaza la dicotomía de buenos y malos que únicamente refleja la imposibilidad de tener un criterio ético propio al margen de la información sesgada que trasmiten los que viven de la violencia. Antes de manifestarse, los socráticos se harían las siguientes preguntas: ¿Se conoce el terrorismo practicado por el sionismo en los años anteriores a su creación como Estado? Menajem Beguin, primer ministro de Israel durante seis años y fundador del Likud, fue miembro del grupo terrorista que puso una bomba en 1946 en el hotel David de Jerusalén, causando la muerte a 92 personas, la mayoría ingleses; este personaje intentó asesinar a Konrad Adenauer por su odio al pueblo germano y, paradojas del destino, llegó a dirigir el Estado de Israel. ¿Es responsable el pueblo palestino de ser despojado de sus propiedades y de que se incumplan sistemáticamente las resoluciones de la ONU sobre la soberanía Palestina? ¿Cuántos grupos terroristas sunís ha financiado Arabia Saudita (no nos olvidemos de la nacionalidad de Osama ben Laden)? ¿Es suní Hamas? ¿Se le debe dar la mano afectuosamente al príncipe heredero de Arabia, Mohammed bin Salman, después de que ordenara el asesinato y tortura del periodista Jamal Khashoggi? ¿Defienden los terroristas de Hamás a su pueblo al negarse a aceptar la existencia del Estado judío o buscan extender el terror para facilitar el poder de la dinastía Saudí? ¿Por qué Israel apoya los asentamientos de colonos sionistas en territorio palestino? ¿Cuántos palestinos fueron impunemente asesinados en los campos de Sabra y Chatila? ¿Y en el Septiembre Negro, cuántos palestinos fueron asesinados por el Ejército jordano?

El Viejo Milenario concluye: no hay terroristas buenos, son siempre hijos del odio y nunca tiene justificación. Pero peor, por su impunidad, es el terrorismo de Estado. Gaza será arrasada y sus muertos incontables, la Biblia así lo contempla. “Gaza versus Jericó”.

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