Opinión

Hereje

El teléfono sonaba insistentemente, ¿respondo?, se preguntó el viejo soldado. ¡Hace tanto tiempo que no cojo este trasto!; mientras dudaba  el teléfono dejó de sonar-Mejor, no espero llamada alguna- masculló el anciano. Recordó sus años en la legión, la sensación que había tenido de ser alguien importante, de ser valiente, no temer a la muerte y estar dispuesto a cualquier cosa que ordenaran sus superiores jerárquicos. Eran tiempos difíciles, el país estaba amenazado por rojos y separatistas, los rifeños los hostigaban sin tregua, muchos compañeros habían caído; pero el deseo de aventura podía más que el temor a perder la vida. 

El teléfono volvió a sonar, con inusitada violencia cogió el auricular- ¿Quién llama?- Vociferó; una voz femenina le contestó- ¿Está el señor X? ¡¡¡NO!!! Y colgó dando un fuerte golpe al aparato- No tengo ganas de hablar con nadie- refunfuñó con profundo mal humor. Se levantó del asiento y se dirigió a la cocina, tenía hambre, nunca había tenido tanta, ni siquiera en los días más duros de la guerra civil; imágenes borrosas irrumpían en su cerebro; niños hambrientos, madres desesperadas, cadáveres  en las cunetas, tiros en la nuca, ¡Cuánto terror! Las órdenes eran tajantes- Ningún prisionero, el enemigo debe de ser exterminado, la patria exige sangre para lavar las ofensas cometidas por esa chusma de masones, comunistas y separatistas. Órdenes, él solo había cumplido con su deber, los muertos eran el resultado de un trabajo realizado con escrupulosa eficacia, había sido un buen soldado, por eso había recibido varias condecoraciones, pero… ¿por qué tenía remordimientos?  

De un tirón arrancó el cable del teléfono, -Así no me molestarán más-masculló entre dientes; se acostó sobre el raído sofá y sus ojos se entornaron. A Juan lo van a fusilar, ayer se  negó a disparar al maestro del pueblo, porque había sido su discípulo y la orden era tajante; era un rojo de mierda que no merecía seguir viviendo, había dicho el cacique del pueblo; además había los informes negativos del párroco… Se despertó bruscamente sudando copiosamente, sus fantasmas le perseguían y no le permitían un instante de reposo. Se levantó,  bebió un sorbo de agua helada, carraspeó y gritó ¡Basta ya! Abrió el armarito del baño, cogió un frasco de ansiolíticos y tomó tres. Se recostó sobre la cama y pensó- Si yo tengo estas pesadillas, ¿cómo habrá vivido el Caudillo con el peso de miles de muertos, familias destrozadas, asesinatos clandestinos y fusilamientos indiscriminados?- Y eso que era creyente y ferviente defensor de la Iglesia que lo consideró el salvador del catolicismo español-. ¿Cómo habrá sido su agonía?, ¿Lo estarían esperando sus víctimas? ¿O pensaría que lo protegerían los muros de su tétrico mausoleo?

Él había sido un hereje desde que renegó de su fe; había visto como el mal se imponía sobre un bien débil y temeroso. Había comprobado acciones heroicas y conductas cobardes pero, sobre todas ellas, sobresalía la figura de Juan; aquel joven campesino reclutado por las fuerzas nacionales y destinado a las primeras líneas del frente. Era analfabeto, pero sabía de la vida más que ninguno de sus compañeros, se negó a ser instrumento del mal y no le importaron las consecuencias. Su cadáver acabo en la cripta del gran mausoleo y, paradojas del destino, muy próximo a la tumba del gran dictador.

Guerras, corrupción, crímenes, explotación, hambre, miseria, persecuciones, genocidios…El viejo soldado había visto demasiadas maldades, fruto de la ambición del ser humano. Él, un hombre banal, había dedicado su vida al servicio del Estado, había realizado los trabajos que le encomendaron había sido fiel y cumplidor de su deber. Y como premio sus despojos serían arrojados al anonimato de la historia. Suspiró, cogió los restos de teléfono e intentó arreglarlos en la esperanza de que volviera a sonar.

Te puede interesar