Opinión

Imaginación libertaria

Cerró los ojos y se puso a pensar; al instante afloraron los recuerdos de su infancia. Aquellas fantásticas noches en la vieja cocina de la casa de la aldea, cuando solo el fuego iluminaba la estancia, con un resplandor mágico que favorecía la atención a las palabras del abuelo. El chirriar de la leña que elevaba un leve gemido al inmolarse en un energético ritual, le daba a la velada un tinte primitivo de raíces esotéricas. ¡Cuánto misterio había en sus redundantes, pero siempre interesantes, relatos! Un dolor agudo le devolvió a un presente incierto y angustioso. La triste realidad invadió la estancia donde el anciano intentaba evadirse de su penoso destino. La soledad era su única compañía; y aquella soledad le permitía refugiarse en sus recuerdos, soñaba con encontrar el valor teosófico del número cabalístico que le abriera la puerta a la inmortalidad, jugaba con ventaja, sabía que nunca saldría cero.

Recordaba el terror que imperaba en el reino de las tinieblas que el fascismo había introducido con sus execrables crímenes. Una dictadura sanguinaria esclavizaba las almas y destruía las esperanzas. En su inocente peregrinar recorría los caminos tratando de encontrar el fantástico país de “nunca jamás”, huía de la angustia que le producía el control absoluto de las voluntades, le repugnaba ver a seres humanos convertidos en mansos corderos, le horrorizaba la desconfianza generada por el miedo a ser delatado. Los traidores se habían convertido en verdugos sedientos de víctimas y, con la impunidad que da el poder absoluto, hacían alarde de sus crímenes.

Abrió los ojos y escuchó el metálico ruido del aparato de radio que siempre mantenía encendido. El locutor, con voz metódica, hablaba de Cataluña: los independentistas habían vuelto a ganar, pero habían perdido votos y escaños. Con violencia arrojó el vaso de agua, que siempre mantenía sobre la mesilla, contra el aparato con certera puntería, la voz quedó silenciada. Un sudor frío y pegajoso empapaba su enflaquecido cuerpo, trató de incorporarse pero no pudo, estaba inmóvil, trató de serenarse. Fijó su pensamiento en algo parecido a una oración y recordó la frase de Rabindranath Tagore: “La vida fluye como los ríos y nadie puede bañarse dos veces en la misma agua”; él lo había intentado, retener el agua de los escasos instantes de felicidad; pero el agua se había empantanado y se había convertido en un líquido apestoso.

Sonrió, una placentera sensación invadió su espíritu, siempre fue consciente de que los placeres del espíritu son superiores a los del cuerpo y comprobó que aquel instante de dolor anunciaba el principio de la “ataraxia” tal como la había definido Epicuro. Se estaba liberando de las cargas que habían encadenado su destino y se sintió un nuevo Avatar. Flotaba, se elevaba sobre su cuerpo rígido, se sentía libre de cadenas, vio brillar una luz más allá de la estancia, más allá del pensamiento, era la luz que brillaba en su corazón. Había alcanzado el paraíso.

Te puede interesar