Opinión

Indefensión

Un lobo solitario ha descargado, una vez más, el odio de su soledad sobre víctimas inocentes, impulsado por el rencor que había acumulado en una vida sin horizontes y sin importarle el dolor y la muerte de aquellos que dependían de su voluntad. Andreas Lubitz era uno de miles de seres que no encuentra razones para vivir. En una decisión fría y calculada no ha dudado en causar una tragedia de dimensiones espeluznantes. Se especulará durante meses por las causas que impulsaron a este ángel de la muerte a descargar su furia destructiva con el único objetivo de sembrar el mal. Las teorías serán infinitas y posibles, incluso contradictorias, pero ninguna tendrá la razón absoluta.

La sociedad moderna, el mundo de la tecnología, la globalización, la falta de horizontes, la confusión ideológica, la confrontación de culturas, la soledad, el hastío, la carencia de valores; todo ello forma parte de un cóctel altamente tóxico que convierte al hombre en un instrumento mortal contra sus semejantes.

A raíz de este espantoso crimen se adaptarán medidas preventivas que traten de evitar que hechos como este se vuelvan a repetir, ¡inútilmente! Nadie ni nada impedirá que la guerra del hombre contra sí mismo se pueda detener. La violencia forma parte del camino de aquellos que renuncian a su condición de seres sociales; el enemigo está en todas partes. No hay trincheras, no hay campos de batalla, no existen refugios seguros, no hay protección absoluta contra el nuevo adversario de la civilización, ¡el terror! Una hidra de infinitas cabezas se reproduce en cada continente, país, pueblo o civilización.

El escenario del conflicto se ha universalizado, la libertad individual ha perdido la batalla a favor del control total: el miedo atemoriza y debilita a la sociedad, se generaliza el temor al otro y solo la alienación aísla al individuo de la realidad que le envuelve.

Vivimos las consecuencias del fin de las ideologías que marcaban como objetivo la libertad, la fraternidad, la justicia social, la solidaridad y el temor a la muerte como consumación de la existencia. La falta de liderazgo de quienes dirigen el mundo, la incredulidad de los ciudadanos ante mensajes sin contenido, el descrédito de las religiones, el culto al dinero; abonan un mundo peligroso y vacuo de objetivos.

Andreas Lubitz es un ejemplo más, un terrorista sumamente peligroso porque su anonimato le protegió hasta consumar su crimen. Hoy son incontables. En cualquier lugar: autovías, puentes, ferrocarriles, supermercados, fiestas, certámenes, conciertos, espectáculos deportivos, escuelas, universidades, concentraciones…; pueden actuar lobos solitarios o jaurías hambrientas de mal. Creo que solo existe un antídoto eficaz: la educación en valores y la ilustración de los jóvenes; una auténtica revolución cultural y una apuesta por la libertad en el respeto a los demás. Pero es un antídoto a largo plazo, hoy solo queda llorar a las víctimas.

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