Opinión

Mayakovski y la alegría

El 14 de abril de 1930, un año antes de la proclamación de la Segunda República española, en Moscú se suicidaba de un disparo en el corazón el extraordinario poeta soviético Vladimir Vladímirovich Mayakovski; tenía solamente 36 años. Este poeta es citado en la obra de Anatoli Ribakov “La arena pesada”, recogiendo una de sus pesimistas reflexiones: “Nuestro planeta está poco acondicionado para la alegría”. Autor “futurista”, su obra lírica está dedicada a su amada Lilia Brik, la musa de la vanguardia rusa, como la definió Pablo Neruda. Para adentrarse en la vida de Mayakovski hay que leer la obra de Juan Bonilla “Prohibido entrar sin pantalones”

Un intelectual joven, revolucionario, ilusionado por las conquistas sociales de la URSS, enamorado de la mujer de otro hombre y correspondido por esta, con un futuro prometedor, por razones que ignoro toma la dramática decisión de suicidarse violentamente. ¿Por qué? ¿Está en la frase citada por Ribakov la encriptada respuesta? ¿Acaso hay mundos más acondicionados que la Tierra para la alegría? ¡No!, nuestro planeta reúne las condiciones perfectas para el desarrollo de la vida y por lo tanto está en el hombre la capacidad de gozar o sufrir las consecuencias de sus propios actos y la interpretación que haga de su corta existencia. La aceptación de lo que somos y el respeto a la diversidad son primordiales para poder disfrutar del gran don de la existencia. La muerte, la enfermedad y el dolor son inherentes a nuestra condición de seres vivos, como lo son el goce, el amor, la alegría y la felicidad, propios de nuestra consciencia existencial. Tenemos un cerebro excepcional, una máquina casi perfecta que potencialmente nos hace creadores de arte, ciencia y poseedores de sentimientos que espiritualizan nuestros pensamientos, siendo los únicos seres capaces de controlar nuestros instintos primigenios.

¿Qué busca la humanidad?, después de milenios de violencia, de crueldades sin límite, de persecuciones, de explotación del semejante, de torturas, de privaciones de libertad, de pillajes, de guerras y de injusticias, el mono desnudo no ha encontrado aún el camino para la felicidad. ¿Es acaso lo inevitable de nuestro destino quién condiciona el deseo irrefrenable de riqueza y poder?; no lo sé, tal vez el oro tenga su alícuota responsabilidad. Llevamos como raza muy poco tiempo habitando la Tierra, y en ese corto período hemos hecho más daño al planeta y al resto de seres vivos que millones de años que nos precedieron.

Hoy me siento especialmente impresionado por la destrucción del templo de Bel en la ciudad de Palmira. Estuve allí y quedé maravillado al contemplar aquel paraje tan lleno de historia. El 4 de febrero de 2005 escribí un artículo sobre mi viaje a Siria que titulé: “El reino de Zainib y el eje del mal”. En él, además de describir el importante patrimonio cultural del país, juzgaba el gran error de G. Bush en su agresiva política en la zona y me atreví a aventurar la venganza de los descendientes de Odenathus con la consiguiente humillación al nuevo imperio. Lo que no podía imaginar era la barbarie del autodenominado Califato. Sus secuaces representan lo peor de nuestro género; fanatismo, crueldad, incultura, violencia, intolerancia, terror y destrucción.

Pero lo que no podemos olvidar es que ese monstruo ha sido creado como consecuencia de la política imperialista representada por el trío de las Azores (Bush, Blair y Aznar); son culpables de haber desestabilizado una zona especialmente sensible e inestable, la historia les juzgará como responsables de la muerte de docenas de miles de inocentes, del desplazamiento de millones de personas y de la huída de centenares de refugiados.

Mayakovski, había vivido dos grandes guerras (la Primera Mundial y la Revolución Rusa); las consecuencias de ambos conflictos las había asumido, también había superado sus fracasos amorosos. Lo que tal vez no pudo soportar fue comprobar la maldad humana, sus traiciones, envidias y la impotencia contra las leyes injustas dictadas para esclavizar a la humanidad.

Siento una abrumadora pena al ver los restos de las ruinas de Palmira, comprendo la frase de Mayakovski.

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