Opinión

Orgullo asesino

Hay hombres que están tan convencidos de la certeza de su pensamiento, que se creen obligados a trasmitirlo aunque sea violentamente, causando con ello muerte y desolación. No dudan en cometer terribles atrocidades, que su fanatismo convierte en heroicidades. El yihadista que ejecuta al reportero americano James Foley lo hace con la frialdad y la convicción de ser un servidor de su creencia. Está tan seguro de sus actos como el jefe de Gobierno israelí, Benjamín Netanyahu, de los suyos cuando ordena el bombardeo indiscriminado sobre la población civil de la franja de Gaza. ¿Quién comete el acto más criminal? La respuesta depende del posicionamiento personal de cada uno, ¡la objetividad no existe!, solo la ley del más fuerte impone “la verdad jurídica y moral” de los vencedores. A mi subjetivo entender, tal vez ambos sean instrumentos del mismo mal: el orgullo asesino que obnubila a los coherentes fanáticos, que actúan con impunidad amparados por un entorno favorable que protege su acción. La información condiciona la opinión, tendiendo en todo caso a simplificarla, transmitiendo subliminalmente lo que interesa que las masas procesen para cohesionar la respuesta colectiva.

El conflicto de Oriente Próximo es muy difícil de sintetizar en pocas palabras, es un enrevesado juego donde las fichas se intercalan y cambian de jugador a lo largo de la partida. El color es indefinible; los argumentos se utilizan en función de los intereses. El malo de ayer es el bueno de hoy, las alianzas se establecen con criterios económicos y se apoya al que garantiza la explotación de recursos. Nadie se pregunta: ¿quién financia el movimiento yihadista en el norte de Iraq y el movimiento integrista contra el régimen de Bashar al Assad? ¿Qué se estudia en las escuelas del naciente Califato y qué modelo se sigue? ¿Quién propició con armas y dinero el fin de los regímenes laicos que suponían un freno al movimiento wahabista? ¿Por que la comunidad internacional sigue tolerando que regímenes medievales financien el terrorismo y subyuguen a la mujer?

Es tal la contradicción, que damos por bueno el argumento de que todo crimen contra un individuo es un atentado contra la humanidad, y cuando la agresión es contra un pueblo, el crimen se moraliza por las religiones, las ideologías o las leyes, y sobre todo por su impacto en la economía. Si es necesario se justifica la violencia por la observancia del orden mundial, visto desde la perspectiva del poder legítimo emanado de la voluntad popular.

Casi siempre son los contemporáneos los que menos saben de su época, los momentos importantes se escapan y los decisivos se ocultan tratando de evitar su análisis. Por eso los servicios secretos de cualquier país crean situaciones propicias para generar una actuación previamente elaborada. Pero existen factores incontrolables que rompen las planificaciones previas, abriendo las puertas al caos y, llegados a ese punto, todo está permitido, incluso los crímenes más espeluznantes.

He viajado varias veces a Oriente Próximo; he visitado Israel, Palestina, Jordania, Siria, Túnez y Egipto; he paseado por sus calles, he compartido lugares de ocio, he entablado relación personal con hombres y mujeres musulmanes, he disfrutado de sus costumbres y admirado el patrimonio cultural fruto de su historia. Como en cualquier pueblo, sus habitantes son amantes de la paz, de mejorar su situación económica y de elevar su nivel de vida. Les gusta divertirse, amar, comer, disfrutar de la existencia como en cualquiera otro lugar. ¿Qué razones se lo impiden? En primer lugar el desigual reparto de la riqueza; en segundo lugar que no han pasado por el Renacimiento, ni por el Enciclopedismo y siguen anclados en una religión medieval; en tercer lugar la situación geoestratégica de la zona; en cuarto lugar no han superado las consecuencias de las herejías primigenias; en quinto lugar no han desarrollado un sistema democrático propio en el post-colonialismo; en sexto lugar han carecido de soberanía para desenvolverse social y económicamente; en séptimo lugar son víctimas del orgullo asesino de una intolerancia destructiva y sectaria, y en octavo lugar su subsuelo es rico en petróleo y el imperio no puede permitirse que se gestione al margen de sus intereses, aunque para ello haya que consentir que Arabia Saudí financie el salafismo.

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