Opinión

Penitencia y perdón

Las cinco de la madrugada! Ambiente gélido, pesadillas, insomnio… los ojos se niegan a obedecer; se cierran y se abren a su antojo, caóticamente… un esfuerzo más y los pies abandonan el calor protector que les proporcionaba el doble edredón que preventivamente había colocado su madre, que le trataba como si fuera un niño de corta edad. Luego salieron las piernas y con un supremo arranque el resto del cuerpo, que abandonaba el tentador calorcito del amante lecho. Estaba aterido, pero sabía que a las seis de la mañana podía ver su rostro, no podía faltar, sus baterías necesitaban recargarse; las imágenes se borraban dejando un vacío espeluznante. Aún faltaban diez minutos para que hiciera su aparición, era como un soplo apenas perceptible, pero suficiente. Salió corriendo del portal y enfiló la calle como una exhalación. Transcurrieron pocos minutos cuando divisó una ágil sombra, vestida con uniforme azul, como el que llevaban los trabajadores de la imprenta que editaba El Mono Azul, revista que divulgaba las obras de Cernuda, Antonio Machado, Miguel Hernández, Vicente Alexandre, Rafael Alberti, María Teresa León, Eduardo Ugarte, José Bergamín, Vicente Huidobro, María Zambrano… y otros muchos intelectuales antifascistas que defendieron, desde agosto de 1936, la cultura como herramienta contra la ignorancia y la superstición, tratando de evitar que el fascismo les arrebatase la libertad. Absorto en sus pensamientos no la vio salir, desapareció como si la tierra la hubiera tragado. Un soplo de más de 10 años lo retuvo clavado a la entrada del laberinto del amor, como le había sucedido a Hachiko, el fiel akita, perro de Ueno, que amó al amo con la lealtad del amigo. Sin embargo, en un segundo de lucidez comprendió la inútil espera de quien había huido voluntariamente lejos del mundanal ruido. Era tal su belleza que había hechizado al anciano que, cual turritopsis, renacía de la vejez, recobrando las fuerzas que lo mantenían vivo.

¡Cuánta traición!, ¡cuánta humillación!, ¡cuánta prepotencia! ¡Que orgullo y soberbia descargan sobre el Viejo Milenario sus envidiosos enemigos! ¡Avisad a todos para que nadie hable con el apestado proscrito! ¡El lugar que le corresponde es detrás del bafle, alejado del escenario y oculto del público! ¡Condenadlo al ostracismo y al destierro! ¡Además, es un advenedizo que no aplaude el liderazgo de nuestros históricos líderes! También es peligroso, ha leído la totalidad de las revistas de El Mono Azul y ha asistido a representaciones teatrales de autores comprometidos con la República. 

Su pasado renacía en un presente sin ilusión, el sexo no lo seducía, el poder lo aburría, el juego lo cansaba… Pero había un misterio que le hacía sonreír y le devolvía las ganas de vivir. Los afectos, las caricias sin malicia que le retornaban a la más tierna infancia… Había pagado una dura penitencia y exigía el perdón. Y cuando se quedó profundamente dormido, una frase ininteligible brotó de sus labios: “Limeres”.

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