Opinión

Sachsenhausen

Huyendo del frenesí carnavalesco (mis oídos no soportan tanto ruido), me he desplazado a Berlín. Ha sido un viaje corto, pero intenso; agotador, pero agradable; hemos gozado de buen tiempo; disfrutamos de buena comida; compartimos con los berlineses su estupendo transporte público, nos deleitamos con la hospitalidad de mi sobrina Laura, visitamos sus monumentos más notables y, sobre todo, compartí con mi hijo unos días sumamente interesantes. Probablemente le dedique a todo ello algún artículo; pero hoy quiero plasmar el horror que se percibe al visitar un campo de concentración (Sachsenhausen), uno de los muchos que proliferaron durante el nazismo en los territorios que controlaba Alemania. El lema que figura a la entrada de cualquier campo era:”El trabajo os hará libres”, primera gran paradoja donde la vida transcurría al borde de la muerte, donde la dignidad de los seres humanos era despreciada de forma constante; sin derechos, sin privacidad para lo más íntimo, sin higiene, prisioneros tratados peor que esclavos. Donde el sufrimiento de muchos servía de diversión para unos pocos. ¡Que fácil es escribir sobre tanto dolor!.

Ha pasado y sigue pasando, con la pasividad de la comunidad internacional, la civilización moderna sigue tolerando que se almacenen seres humanos en campos de lento exterminio donde el hambre y la enfermedad siguen segando las vidas de los más débiles. Campos de refugiados que huyen de guerras de aniquilación de la población civil, barracones de la muerte donde la violencia la soportan principalmente los niños. Espectáculos crueles donde se queman a prisioneros enjaulados como si fueran perros rabiosos. Ahorcamientos, decapitaciones, lapidaciones, jóvenes arrojados al vacío como si fueran objetos; todo en nombre de grandes principios donde la impunidad de los asesinos se ve amparada por la colectividad de su entorno. Hannah Arendt escribió sobre la banalidad del mal; donde ser humanos normales se convierten en feroces criminales siguiendo instrucciones de jerarquías oscuras, pero legales en la inmoralidad de la norma dominante.

En nombre de grandes principios se atenta contra la vida; mientras a nosotros nos preocupa el IBEX, la prima de riesgo, los titiriteros, el IPC…millones de humanos sufren y mueren desamparados de la justicia universal. Europa, EE.UU, la ONU, los tratados internacionales, ¿de que sirven?; nos han asignado el papel de “kapos”, de colaboradores necesarios, de cobardes que callan por miedo a perder los privilegios que la historia les ha otorgado y nosotros, protegidos en nuestros calientes nichos, observamos a través de la televisión el sufrimiento ajeno como algo extraño y lejano.

En España el franquismo sociológico sigue presente, grandes resistencias a aplicar la ley de la memoria histórica, cientos de victimas siguen enterradas en las cunetas, el patrimonio usurpado por el dictador sigue en manos de sus herederos; mientras en Alemania no se duda en reconocer el genocidio de un malvado que contó con la colaboración del pueblo, en nuestro país se sigue protegiendo la memoria de otro genocida que no ha dudado en asesinar hasta el último aliento de su existencia.

Quiero dejar en el aire una pregunta: ¿Cuántos Sachsenhausen siguen existiendo en el mundo?, sin duda más de lo que creemos.

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