Opinión

Algunos traumas

Fue a los 9 años que vi por primera vez la cocaína. 

Era el recreo de 4º de EGB -un invento educativo de una prehistoria reciente- y mi colegio, Hermanos Villar, había dictaminado que los descansos se harían en un espléndido parque justo enfrente, un parque que no era parque sino jardín, el Jardín del Posío. 

Habíamos normalizado la aparición aleatoria de jeringuillas usadas cada vez que nuestra obsesión por cavar en la tierra se nos iba de las manos. 

Por culpa de las manos padecimos algunas lombrices. Algunos traumas.

Pero la verdad es que lo asombroso de la vida no eran ya los restos abandonados de la felicidad pasajera, la de los incondicionales adoradores de los estupefacientes. El único riesgo emocional era abrir las bolsas sorpresa de la tienda del Darío, una especie de bazar chino antes de que existiesen los bazares chinos, por si esta vez nos tocaba una imitación de Playmobil.

No recuerdo sus caras, pero sí recuerdo el eufemismo. 

Qué manía con no llamar a las cosas por su nombre.

Hablaban de la chusta, que al principio pensé yo era la novia de alguno de aquellos dos muchachos de peso pluma y pómulos estilizados. Nada más lejos de la realidad. Reconocí mi error cuando una mini bolsa de plástico asomaba de la palma de la mano de uno mientras el otro la recogía en un movimiento ágil de felino diligente.

O de adolescente recibiendo un dinero de la abuela.

Otra vez las manos.

El más avispado me cazó en mi ejercicio de observación y fue tras de mí hasta alcanzarme, pues al final la zancada adulta abarca más espacio por derecho, para asegurarse de mi silencio y de paso obligarme a darle todo lo que llevase encima.

Le ofrecí una miniatura de un Audi Quattro que llevaba en el bolsillo y le expliqué con mi elocuencia de niño repunante ante su decepción que qué esperaba que llevase un crío de 8 años en los pantalones.

Me amenazó varias veces hasta desaparecer con mi coche favorito metido en su riñonera.

El Jardín del Posío mantuvo una peligrosidad soportable durante algunos años.

Yo volví a ver la cocaína alguna vez en la vida, nada considerable, pero el Audi Quattro... ese, desapareció para siempre.

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