Opinión

Las lagartijas de Pedro Jota

photo_camera Pedro J. Ramírez.

Si una vez quise ser periodista fue por Antonio Herrero. Si una vez quise ser futbolista fue por Butragueño. Si una vez quise ser escritor de humor fue por Alfonso Ussía. Si una vez quise tener un grupo fue por Enrique Urquijo. Y si una vez quise hacer periódicos fue por Pedro J. Ramírez. Nunca el fútbol español va a superar la tragedia histórica de que la influencia de Herrero, Ussia, y Pedro Jota, ganaran la batalla a Butragueño. No se comprende algo así, si consideramos el hecho de que ostento el título de máximo goleador -lo de pichichi es de un mariconeo inadmisible- en la Olimpiada Escolar de Fin del Bachillerato. Anoté entonces más goles de los que marcaría el resto de mi vida y fui yo el primer sorprendido. De cualquier modo, pudo más la apelación a la dignidad de Antonio Herrero y su grito de libertad cada mañana. Pudo más el malvado y divertido ingenio de Ussía. Y pudo más la emoción de la investigación periodística de Pedro Jota. A él le debo buena parte de mi dedicación profesional y supongo que algún día mi familia ajustará cuentas por ello.

En España sólo hay un director de periódicos capaz de emular a Walter Matthau en Primera Plana. Es decir, sólo hay un director de periódicos. Y es Pedro Jota. Todos los demás tienen todo mi respeto, mi admiración, y gran cantidad de virtudes, pero el carisma del buen director es innato e irrepetible, y sospecho que cualquiera de ellos sería capaz de arruinar el Examiner dibujado por Billy Wilder antes incluso de la primera escena. Yo mismo he trabajado estos últimos años en labores de dirección en una histórica cabecera de papel y en un prestigioso periódico digital. Y eso sólo confirma que ahora en España dirige periódicos cualquier gilipollas.

Pedro Jota tiene todo lo que se espera de un gran director: una nariz afilada. Es imposible llegar a dirigir con éxito un diario sin tener la nariz afilada. Y en este aspecto Alfonso Ussía es la excepción que confirma la regla, si bien no hay nada documentado sobre la posibilidad de que las orejas prominentes contrarresten el mágico efecto de una pituitaria en punta, a la hora de vender más o menos ejemplares. En cualquier caso, el porcentaje de compradores de La Razón que lo son en realidad del maestro Ussía es similar al porcentaje de compradores de El Mundo que lo eran en realidad de Pedro Jota; sin que esto menoscabe en absoluto la extraordinaria labor de tantos grandes periodistas y amigos que allí trabajan.

Allá donde finalmente repose esa nariz afilada, volverá a encenderse esa pícara y enigmática sonrisa de Walter Matthau, que hace temblar al poder, desde la parte trasera de su largo puro. Hay algo muy cinematográfico, como de Hannibal Smith, en esa imagen. Algo, en esa sonrisa de Loquillo, de pájaro loco, que desconcierta a los malos, antes de esbozar su “me encanta que los planes salgan bien”, cuando no hay la menor duda de que están saliendo francamente mal. De momento. Porque el Equipo A siempre ganaba la batalla al final, aunque fuera a costa de construirse un lanzalechugas con viejos despojos de artillería y planchas metálicas abandonados en un almacén. E imagino perfectamente a Pedro Jota tumbando a corruptos a base de lechugazos en una suerte de desquite vegetariano de alcance ciertamente universal.

A menudo se le acusa de tener un ego inmenso. Me pregunto dónde está el problema. No hay cosa más anodina que un periodista sin ego, como no hay nada más coñazo y prescindible que un columnista humilde. En el ámbito periodístico, la única humildad que merece la pena es la que te permite reírte de ti mismo antes de que lo hagan los demás. Eso que llaman “el ego de Pedro Jota” es más bien carisma, para lo bueno y para lo malo. Es tener un criterio claro sobre lo que ocurre cada día, saber en qué llaga informativa poner el dedo en cada portada, y tirar de las cuerdas adecuadas para inquietar a los que gobiernan. Todo esto sólo puede hacerse con talento, con un ego más o menos inmenso, y con el inevitable lastre de equivocarse mil veces. Eso es, en fin, dirigir un periódico. Acertar y equivocarse. Los directores que no se mojan, en efecto, no se mojan.

A esta hora mantengo sentimientos encontrados. Por un lado, si a Pedro Jota no le arrebataran un periódico cada pocos años, todo esto resultaría demasiado aburrido. Y por otro, en estas situaciones salen a pasear lo que él ha identificado como “lagartos”, en una generosísima hipérbole para designar a las lagartijas. Ocurre sin embargo que las lagartijas son también animalitos del Señor, que han de comer, y que la vida periodística sin lagartijas es tan improbable como un gobierno sin chorizos. Pero eso no quita que sean lagartijas y se comporten como tales, es decir, arrastrando la panza y la carga testicular por el suelo, en evidente declaración de intenciones.

Supongo que a nadie puede exigírsele el heroísmo de la inmolación para denunciar la injusticia que se está cometiendo con Pedro Jota, a quien el periodismo español le debe algo más que un respeto. Creen los diferentes poderes que ahora tienen a la mayoría de los medios agarrados por los huevos, pero en realidad están oprimiendo los testículos de demasiados lectores y periodistas, y esa es una decisión arriesgada. La gente no es tan ingenua como la que figura en las encuestas de Arriola, y a veces, estas cosas de la guillotina se te vuelven en contra.

Pasarán los días de pelearse con lagartijas y ballenas, y de todo esto saldrá otro libro que devoraremos con papel y lápiz, como El desquite. Y quedará, como siempre, mucha tela que cortar en la prensa española, que tiene por delante tantos riesgos como oportunidades, como dicen los cursis. Pero que nadie se levante de su butaca. La probabilidad de que Pedro Jota aguante con las exclusivas escondidas en la mesilla de noche hasta después de las próximas elecciones generales, es la misma que la de que a mi me nombren mañana director de Al Jazeera.

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