Opinión

La música debe continuar

Gran revuelto en Reino Unido ante la epidemia de cierres de clubs de música en directo. Algunos de ellos son auténticos emblemas de la cultura brit y de sus pequeños escenarios emergieron figuras que hoy son estrellas. Cierran por la inflación, por efectos derivados del Brexit, y por la proliferación de festivales con los que no pueden competir. 

Admito que el escenario perfecto no existe. Cada uno tiene su gusto. Personalmente, detesto los festivales, en parte porque también detesto los conciertos en grandes recintos, y en parte porque no me gustan las ensaladas de artistas, ni las juergas a pleno sol, ni los baños portátiles, ni la ausencia de higiene, ni muchas otras cosas que no diré para no desvelar mi edad. 

Comprendo que, al menos en España, los festivales se han convertido en un revitalizador de la oferta cultural y turística y lo celebro, aunque no vaya. Y sé además que, para el sector, la temporada de festivales que empieza ahora y se prolonga hasta octubre es una bendición; para algunos grupos una verdadera tabla de salvación. 

Lo que está ocurriendo en Londres no es diferente de lo que está pasando aquí. Ayuntamientos y comunidades se desviven en patrocinios a los grandes festivales y está bien, pero no se entiende que no impulsen con el mismo empeño a las pequeñas salas. Las de Londres, como las de Madrid, o cualquier ciudad española, aún no se han recuperado de la pandemia, y las ayudas que entonces se destinaron a la hostelería y la cultura tan solo han servido para que algunas lograran esquivar el cierre inminente. 

Otro problema al que se enfrentan las salas aquí y allá es el cambio generacional. Los clubs de música en directo, antaño epicentro del ocio cultural nocturno, están hoy relegados a la indiferencia. Quizá sea que las nuevas generaciones no saben divertirse. Es probable que ese cambio termine por asfixiar la vida nocturna de muchas ciudades, y eso para España, el país de la fiesta, es un drama, además de un contratiempo turístico importante. 

El hecho de que los chavales prefieran quedarse en casa y hablar por mensajería antes que verse cara a cara y bailar, o ligar, o brindar, sería un cambio de costumbres sin más si no fuera porque la socialización –también la socialización etílica- nos hace mejores, y nos convierte un poco más en personas. Es probable que lo que no se gastan en copas y entradas de conciertos hoy, mañana se lo tengan que gastar en psicólogos. 

Las salas de conciertos son un tesoro para la cultura española. Creo que hay un ministerio que se encarga de eso.

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