Opinión

El verano inapelable

Ha salido Mariano Rajoy, con muy buen aspecto y cierto aplomo, a explicar antes de las vacaciones que España se recupera favorablemente de su maltrecha situación económica. Según el presidente del Gobierno, se confirma que 2014 está siendo el año de la recuperación. Y se confirma además de forma “inapelable”, en sus propias palabras. Celebro que sea inapelable porque supongo que eso significa que no habrá apelación alguna. Así que vayámonos todos de vacaciones, bañémonos, tomemos el sol, comamos buen marisco, y agarrémonos una curda monumental a la salud de quien nos trae tan buenas noticias.

¡Viva el vino! – exclama Rajoy.

Viva, Presidente, viva. – respondemos, antes de iniciar los cánticos regionales.

De cifras se emborrachó también el Gobierno este viernes. Para respaldar su contenido optimismo, Rajoy esgrimió una serie de datos alegres, y anunció rebajas de impuestos que se harán efectivas escalonadamente en los próximos años, si las urnas lo permiten. Y ahí empiezan los matices. Porque visto así, más que unas elecciones, eso parecerán lentejas: las tomas o las dejas. Euforia contenida. Que ya saben ustedes que Rajoy dando una buena noticia es como Miguel Ángel Lotina ganando una Liga.

Siempre se agradece que después de aumentar la presión fiscal hasta límites inmorales, al menos, alguien en el Gobierno muestre un atisbo de sensibilidad hacia los esquilmados contribuyentes. Hace tiempo que en España, como se decía antaño de algunos equipos, celebramos hasta los saques de esquina. Claro que la euforia se desataría en las calles, eso sí, si el gobierno socialdemócrata que no votaron los españoles anunciase hoy mismo su conversión, en política económica, y se manifestase con hechos a favor de que el dinero circule más por los bolsillos de los ciudadanos y menos por los despachos oficiales. Pero qué estupidez, qué inocencia, qué ingenuidad, la de este articulista. Creo que las vacaciones me están volviendo gilipollas. Más aún.

Nada de lo que ha dicho Mariano Rajoy tendría la menor importancia si no hubiera un medidor de la economía increíblemente más eficaz que todos los que manejan en La Moncloa: el olfato. Se percibe en la calle, en los empresarios, en los empleados, en los extranjeros, en los anunciantes, y en ciertos sectores una serena alegría, que no tiene nada que ver con esos rostros lánguidos del Verano del Desamor Económico del 2008, o el del Gran Dolor de 2009, o el del Pésimo Augurio del 2010, o el del Terrible Pavor de 2011, o el de la Profunda Desesperación del 2012, o el de la Triste Calma del 2013. Éste, siguiendo la lógica del mandatario gallego, será recordado como el Verano Inapelable.

El de Rajoy es un liderazgo sereno y graciosamente gallego. Por eso sus recuperaciones económicas no son irracionales como las de Zapatero, ni mitineras como las de González, ni sobrenaturales como las de Aznar. La recuperación económica en boca del actual inquilino de La Moncloa es un bisbiseo burocrático y gris, una enumeración de éxitos contenidos, una previsión prevenida, y una ausencia total de riesgo. Eso caracteriza más que nada al gobierno de Rajoy: el miedo a la acción política, al ruido de carteras, al lanzamiento de cohetes, al anuncio de apocalipsis. Rajoy es, en resumen, un gestor obsesivo con una única ambición: gestionar. ¿Alguien sabe lo que realmente piensa el presidente? No. ¿A alguien le importa? Tampoco. Ese es el verdadero éxito de su gobierno: la irrelevancia como forma de liderazgo. No está mal pensado. Mientras aburres a la gente puedes hacer lo que te de la gana porque a nadie le importará. El tedio se probablemente el sentimiento más contagioso.

Antes de llegar a La Moncloa se le escapó por accidente que lo único importante es “la economía”. No hay más que examinar su mandato para confirmar que, para bien y para mal, a eso se reduce toda su idea de España, la política, y tal vez la vida. No ha solucionado nada fuera del ámbito económico, pero tampoco lo ha estropeado. Tal vez sea hora de darle la razón a José María García, que se lo dijo al propio Rajoy antes de ganar las elecciones: “Tienes una virtud: por donde pasas, no manchas. Tienes un gran defecto: por donde pasas, no limpias”. Ahora que sabemos que no manchará La Moncloa, sólo falta que impida a los suyos pisar el suelo que otros acaban de fregar.

Aunque resulta tan estimulante y grisáceo como un documental sobre la fabricación de cemento, tenemos la suerte de que Europa admira a los tipos que no tienen demasiado interés en salir en la foto. Rajoy nunca será un héroe. Nunca acaparará a las masas a su alrededor con entusiasmo, ni saldrá con espada a defender ninguna idea intocable, porque para eso hay que tener ideas intocables. Lo único que existe en su mente es economía y recuperación. Y después, quizá mucho más pronto de lo que algunos se esperan, un retiro soñado y silencioso en su Galicia natal.

En vacaciones comprendo mejor al presidente del Gobierno, mientras me dedico a lo mismo que él considera realmente importante: ciclismo, whisky y Cohíbas. Así sí. Entre estas nubes blancas y con siestas sin despertador, la recuperación se vuelve inapelable. Es posible que la única forma de entender la visión política de Mariano Rajoy sea tumbándose en una hamaca. Y no seré yo quién le reste méritos a alguien que logre mejorar las cosas sin levantarse de cama.

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