Opinión

De Babel a Pentecostés

La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Pentecostés concluyendo así los cincuenta días de la Pascua y se conmemorando la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos en Jerusalén. El Concilio Vaticano II habla de la venida del Espíritu Santo con estos términos: “Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu” (LG.n.4).

El obispo ourensano, el pasado Miércoles Santo, durante la Santa Misa Crismal, dio a conocer su decisión de convocar a un Sínodo Diocesano a toda la  Iglesia en Ourense. Su deseo es que juntos, pastores y fieles, vivan una profunda experiencia de comunión eclesial caminando unidos en una misma fe, un mismo Señor y un mismo Bautismo y siendo fieles, asimismo, a la experiencia sinodal que a lo largo de la historia ha fortalecido la vida de esta Iglesia particular.  

Un Sínodo Diocesano es un evento de comunión eclesial. Hoy, día de Pentecostés, siguiendo la enseñanza conciliar, reconocemos que el Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza la admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el Principio de la unidad de la Iglesia. Si somos sinceros, reconocemos la necesidad de la presencia de esta Persona divina para superar el espíritu babélico de división y caminar unidos en la vivencia de la fe cristiana. A los discípulos de Cristo se les pide en este momento un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Es lo que con tanta insistencia pedía Jesús al Padre: “Que sean uno en nosotros… para que el mundo crea” (Jn.17,21) frente a la permanente tentación de la envidia. Yendo en la misma barca que, desde Pentecostés, surca el mar de la historia. El Espíritu Santo, principio de comunión, da la gracia de alegrar a los fieles con los frutos ajenos, que son de todos. 

Esta porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, pues es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella está presente la Iglesia de Cristo. La alegría del Evangelio que es capaz de llenar la vida de la comunidad cristiana es realmente una alegría misionera. 

¿Cómo anunciar la alegría del Evangelio?  El papa Francisco señala que hemos de ser evangelizadores abiertos sin “temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso contracorriente. Para los creyentes sin la oración toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma” (EG.n.259). Se impone, pues, una conversión a la persona del Espíritu Santo.

Te puede interesar