Opinión

LA LIBERTAD RELIGIOSA

Se cumplen en este mes de febrero 1.700 años del célebre Edicto de Milán. El documento significaba el final de la persecución contra los cristianos, pero además el Imperio Romano asumía uno de los principios más singulares de la doctrina cristiana: el principio de laicidad o de separación entre la esfera civil y la religiosa. Se trata de un concepto revolucionario que impone al gobernante un muro infranqueable. El César ya no será dueño de las conciencias, sino que cada cual es libre de buscar la verdad y profesar la religión que decida. Es cierto que los acontecimientos posteriores quedaron lejos de ese ideal. El cardenal Scola, actual arzobispo de la ciudad milanesa, habla de un inicio frustrado de la libertad religiosa.


Basta recordar, en efecto, para probar el aserto, que bajo la Revolución Francesa o bajo los regímenes socialistas del siglo XX, iban a producirse persecuciones contra los cristianos aún más crueles que las de Diocleciano y Nerón. También en las modernas democracias hay preocupantes intentos de limitar la libertad religiosa, como cuando se niega el derecho a la objeción de conciencia o cuando el Estado adopta posiciones ideológicas beligerantemente laicistas, pretendiendo erradicar del espacio público cualquier manifestación de fe de los ciudadanos. Diecisiete siglos después del Edicto de Milán es habitual todavía una concepción sesgada de la libertad religiosa como simple libertad de culto, olvidando que la libertad religiosa consiste también en poder vivir y trabajar por el bien común conforme a la propia fe en privado y en la vida pública.


Cuando en 1947 los fundadores de la Nueva Europa, Schuman, Adenauer, Monet o De Gasperi, pusieron los cimientos de lo que llamamos Unión Europea, pensaron en estos mismos valores que afloran a partir del Edicto de Milán. Por todo ello sería muy conveniente al conmemorar este aniversario recordara la vibrante exhortación que el beato Juan Pablo II hizo el 9 de noviembre de 1982 en Compostela: 'Desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes'.


Este poderoso llamamiento del papa ante representantes de la cultura, la política y la Iglesia de todas las naciones europeas era un programa para el futuro que el mismo pontífice formuló así: 'Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidarte de sus consecuencias negativas'.

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