Opinión

Adelante, camarada

ALBA FERNÁNDEZ
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JUEVES, 2 DE NOVIEMBRE 

Nos dio recado, no pudo venir el otro día a la comida en que nos reunimos los malotes que estudiamos en el Cisneros allá en los lejanos sesenta. Hablo de Miguel Ángel, ya te digo, sin exagerar uno de los mejores guardametas del mundo. Dos veces mundialista y una larga carrera como futbolista en el Real Madrid. Casi siempre titular.

Miguel Ángel está malito. Ah, en tantos estadios del mundo escuchó cómo celebraban su nombre. Ay, los griegos afirmaron que los dioses tienen envidia de los héroes. Pero te cuento, hermano lector. Quizás presuma un poco, pero yo fui el primero que lo destacó en las crónicas deportivas. Conque en los sesenta estábamos juntos en aquel 4ºB los que veníamos rebotados de otros colegios y los más conflictivos. Cierto es que lo suyo no eran los libros.

En el aula había una ventana que daba a la calle. Algunas tardes, sus colegas le llamaban desde abajo para entrenar: “¡Miguel, Miguel, baja; estamos todos!”. Entonces él, agachado entre las filas, llegaba a la ventana y, ágil como era, desaparecía en un pis pas. ¿Recuerdas, Miguel? Aquel día te cazó el profesor Xocas, que era de la Xeración Nós y nos daba clase de Historia. Te agarró de una oreja, te sentó en la primera fila, justo delante de él, y te puso como castigo leer en alto algo sobre El Quijote.

Cómo es la vida. Lo vio jugar al baloncesto el veterano entrenador Luis Soria. Andaba mal de porteros y lo fichó.

De aquellas, en La Región, me publicaban alguna colaboración sobre atletismo. Coincidió casi el mismo día que su fichaje por El Couto. Así que llego a la redacción con una pequeña crónica. El inolvidable director don Ricardo Outeiriño me miró sonriente: “Vaya usted a hablar con Arquero, el jefe de deportes”. Allá me fui, un poco tembloroso; qué bronca me va a caer, me dije. Pero cierto, hay ocasiones en que los hados velan por ti. “Siéntese, señor ‘J.” Así firmaba mis crónicas de principiante: “J.” Arquero hizo una pausa, me miró: “Tengo buenas noticias para ti. Nuestro redactor, que se ocupa de El Couto, está enfermo”. Y me espeta: “¿Tú te atreverías a viajar con el equipo y mandarnos por teléfono la crónica del partido?”. Imagínate, hermano lector, yo con dieciséis años sentí algo así como si me tocase la lotería. En aquellos años, El Couto se codeaba sin complejos con el Club Deportivo Ourense.

Al día siguiente, sábado a primera hora, allí estaba yo a la puerta del autocar con mis libretas nuevas. Y quinientas pesetas que me dieron en el periódico para comer y pagar el hotel, porque había que dormir fuera.

Llegué muy tímido, había buenos jugadores veteranos ya de retirada mezclados con jóvenes talentos.

Nunca le podré agradecer a Luis Soria lo bien que me acogió. Me presentó a los jugadores: “No te preocupes, el Club paga todo y comes con nosotros”. Allá nos fuimos. Miguel Ángel, también novato, siempre taciturno, un poco enigmático, se sentó muy cerca. También era un día de suerte para él, se había lesionado el veterano portero. Yo ya intuía que algún día llegaría a ser un grande. Percibí que aquel chico del barrio del Couto estaba dispuesto a pagar una disciplina casi cruel y rigurosa por llegar a lo más alto. No se arredraba ante aquellos brutos delanteros de la época que, al verlo tan joven, lo acosaban con cierta violencia.

Es bien cierto que en aquel partido, Miguel Ángel lo paró todo. Yo cumplí como pude en mis crónicas. El lunes, este periódico titulaba: “Miguel Ángel fue el mejor de los veintidós”. Un día en un desplazamiento, Miguel Ángel se sentó a mi lado y me preguntó: “¿Qué te parece? Me voy a dejar bigote para parecer mayor”. Así fue, jamás se lo quitó.

No fue extraño, va y ficha por el Madrid. Ya sabes que tu suerte depende mucho de los entrenadores. En los entrenamientos, volaba de un lado a otro de la portería. Tenía una frialdad emocional ante el delantero que iba a disparar desde los once metros. Ahí, sus ojos eran los ojos fijos del tigre. El entrenador era Miguel Muñoz, otra leyenda del Madrid. Alguien le preguntó: “¿Por qué no pones al chaval? Promete mucho”. El muy cabrón dijo, un poco despectivo: “Ese chico para bien, pero es un saltimbanqui, yo quiero porteros serios y firmes como Ramallets”. Hasta que llegó Miljanic y quedó fascinado con el ourensano. Titular indiscutible, el seleccionador nacional Kubala lo adoraba. Dos mundiales, la gloria.


(Arriba, camarada. Los futbolistas conocen el dolor. Cuando caes lesionado, atraviesas el campo en camilla y ves en el rostro del doctor malos presagios. Pasan como en una procesión de espectros las más inverosímiles palabras y el aullido de todos los aficionados. El filósofo dice que somos los peones de la misteriosa partida de ajedrez que juegan los hados. Arriba, camarada. ¿Recuerdas, Miguel Ángel, el poema que te hizo recitar Xocas cuando intentabas escapar por la ventana y te tomó de una oreja?: “Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar;/ hazme sitio en tu montura”).

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