Opinión

Escapulario erótico

Estoy en una terraza de la ciudad. A mi lado, un niño de seis años y sus padres. El niño maneja un ordenador de última generación. De pronto, levanta la vista, se traba y le pregunta al padre sobre una cuestión técnica que éste no es capaz de resolver. Su madre tampoco. De súbito el niño exclama:“Ah, ya he dado con la clave, que par de ignorantes sois".

Me invade la nostalgia, ay, mi mundo ya no es éste. Los nacidos en los 50, cuando teníamos seis años, ¿recuerdas?, usábamos pizarra y pizarrín. En el extremo de la mesa de madera, un tintero; en nuestras manos, una plumilla que intermitentemente mojábamos en él.
Miro de nuevo a mis vecinos de mesa. La madre realiza llamadas sin cesar. Padre e hijo se mantienen absortos ante sus pantallas. Reflexiono. Durante más de una hora nadie dijo una palabra.

Cada uno a lo suyo. Ay, la conversación socrática debe ser para ellos una forma de comunicación medieval. Discretamente me fijo en los mensajes que envía la mujer, y todos son breves frases sin sintaxis.

Llega mi amigo, el cultivado profesor Neira. Me cuenta de su hija: "Acaba de cumplir los dieciocho, habla inglés y alemán y ya se ha ido sola al país teutón. Hará los exámenes para acceder a alguna de las universidades, me dijo que no le diera demasiado dinero que ya se buscaría la vida allí".
Escucho al orgulloso padre y pienso en esta pragmática y decidida generación. Por Europa andan miles de jóvenes españoles. Están en reputadas universidades o trabajan en las sedes de multinacionales. Al carajo aquello de la morriña. 'Mi patria está donde trabajo y tengo amigos'. Ahí van, espíritu intrépido, bien preparados y sin los extravíos místicos de nuestra generación.

Me pongo melancólico. Ay, la generación de sus padres y abuelos, la demoledora emigración de los 60 a Centroeuropa: maleta de madera al hombro, ojos que no daban crédito al llegar a Stuttgart, boquiabiertos ante las luces de los escaparates, supermercados bien surtidos con productos desconocidos, autopistas infinitas con vehículos de alta gama.

Ya conté alguna vez que a principios de los 70 trabajé en una emisora de Amsterdam que retransmitía en castellano para nuestros emigrantes. ¡Cómo me entristecían las cartas que llegaban! Venían repletas de faltas de ortografía. Ya sabes: "Eedico esta canción de escobar a mi ermano que bive en Bruxelas".

Lo de los bailes era un tanto esperpéntico. Los españoles iban tras las nativas pero no conseguían comunicarse con ellas. En la emisora decidimos una estrategia: ellos llevarían colgados al cuello, tal si fueran escapularios, cartones que decían en el idioma de la pretendida '¿Baila usted conmigo? Soy un español respetuoso'. Ay, que será de aquel extremeño exlegionario que nos rogó pusiéramos su propia frase '¿Quiere tener una experiencia sexual con un macho español?')

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