Opinión

Los más olvidados

Me ha conmovido la lectura de “A noite branca”, de Francisco X. Fernández Naval. Cuenta aquella epopeya de 45.000 “voluntarios” fanáticos, aventureros, románticos y rojos expiando culpas. “Vamos a devolverle a los rusos la visita del 36”.

Fernández Naval me cuenta justo antes de dar su pregón del Corpus: “Recorrí casi todos los parajes por donde anduvo aquella nutrida División Azul. Vi los caminos llenos de tumbas con el casco sobre la humilde cruz. Me estremecí al llegar a un lugar en el que el tiempo se detuvo. Todo igual que en 1944: restos de armas, panzers destripados, allí estaban todos los residuos de la más sangrienta contienda”.

Serrano Suñer arengó: “Rusia es culpable”. Hitler dijo: “Los españoles son una panda de ‘andrajosos’ indisciplinados, pero con un valor temerario y heroico”.

Son muchas las organizaciones alemanas que se desplazan a aquellos lugares de muerte.

Su lema: “Ningún soldado alemán sin tumba”.

Llaman ya a Fernández Naval. Me quedo solo, pensativo y triste. Los recuerdos me acosan. Alguna vez escribí sobre ello. Hoy necesito recordarlo. Te cuento. En décadas pasadas iba con frecuencia a Marruecos. Como F. Naval seguí la huella de otros guerreros españoles: visité viejos cuarteles, fortificaciones, antiguos campamentos, ciudades que fueron españolas hasta 1958.

Me detuve en Larache, la antigua capital del Protectorado español. Entré en un cafetín, pedí té moruno y un anciano me invitó a compartir su “pipa”. Me dijo: “Paisa, yo combatí con Franco en Badajoz, el general tenía 'baraka'. Nos trató bien y me dio una paga”.

Recuerdo ahora su mirada intensa: “Ustedes no cuidan a sus muertos”. Salimos del cafetín y caminamos silenciosos. Me guía hacia un lugar tranquilo, bañado por el mar.

Me sorprendo: veo una cruz de piedra a la entrada. Él queda en la puerta. Avanzo y me invade la tristeza. Dios mío, aquí están nuestros héroes. Qué desolación. Estoy en un cementerio español abandonado.

Observo los restos de una lápida de mármol. Todavía se lee: “Aquí descansa el Capitán Juan Antúnez muerto heroicamente…” A mi alrededor, algunas tumbas profanadas. El que fue nicho de los aviadores sirve de guarida a una turba de furtivos bebedores con chilaba.

(Hace días actuó un grupo “punk” en la ciudad. El cantante llevaba prendida a su camiseta una condecoración con una esvástica en la parte superior. Esperé a que terminaran. El joven músico me dijo: “Te gusta, ¿eh? No la vendo. Me la regaló mi abuelo que estuvo a las puertas de Estalingrado. Me la dio una tarde en que la nieve le recordó la estepa”. Le pregunté si estaba orgulloso de ella. “Cuando supo de Auschwitz, abominó de aquel día de julio del 41 en que juró fidelidad al Fhürer”.)

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