Opinión

Los muertos vuelven dulces

Ahora que Nicaragua está en llamas, me acuerdo cuando el destino me regaló pasar casi un día con Edén Pastora, el mítico Comandante Cero. El hombre que entró al frente de las tropas sandinistas en el Palacio Nacional de Managua el 22 de agosto de 1978. Las calles estaban llenas de flores pero él avisó: “El pasado se niega siempre a dar el último suspiro. Ay, los muertos vuelven terriblemente dulces”.

Ya escribí sobre él, pero te cuento cómo logré intimar. Fue después de una cena tras una plática en que, para sorpresa mía, estuvo tan manso que parecía una hermana de la caridad. Nada, nada de comunismo. Un socialismo muy light es lo que vendió aquella tarde, no tan lejana.

Hermano lector, créeme, el feroz guerrillero había mutado en viceministro y andaba por Galicia haciendo negocios. Me contó: “Sí, gano cerca de seis mil euros, pero tengo un montón de hijos, ¿sabe?”. El traje le quedaba como forzado, un poco postizo. Todavía olía vagamente a selva y a pólvora. Pronto habló de aquel cantante revolucionario, Carlos Mejía Godoy, que cautivó a este país. Qué contradicción, llegó a España como un artista sandinista y aquella canción, “Son tus perjúmenes mujer”, lideró la lista de éxitos de “Los 40 principales”.

Una vida al límite, la del Comandante. Un montón de atentados. Me habla con orgullo del sandinismo. Me cuesta entenderlo: “En nuestra revolución, si alguien mata a un ser querido tuyo, la venganza no es la violencia, nuestra venganza es el perdón. Y sépalo, son tan dignos de perdón los hijos de los héroes como los hijos de los asesinos”.

Le inquiero muy suave: “Pero mi querido Comandante, usted anduvo muchos años por el monte con el fusil en la mano, hasta por el valle de la muerte. Por los caminos le esperó el peligro, ay, y la traición. No me mienta, usted tuvo que torturar”. Lo veo ahora mismo, pensativo ante mí, lleno de dudas. “Mire, una vez hablé de estas cosas a una periodista de Madrid que nos visitó. En sus crónicas me trató de asesino y despiadado. Pero le voy a ser sincero, a los delatores y judas había que sacarles información allá en la selva. Recuerde usted las carnicerías de la dinastía de Somoza. Bueno, se lo voy a decir y compréndame. En cuanto les quemábamos el culo, hablaban siempre. No se asuste usted, porque en los calabozos de Toledo ya lo practicaban los verdugos en tiempos de la Inquisición”. 

La fotógrafa ourensana Rosa Veiga se arriesgó, ella sola, a fotografiar a los sandinistas cuando los universitarios dejaban los libros y tomaban el fusil. Cuando los nietos alfabetizaban a los abuelos. Cuando los campesinos luchaban con machetes y granadas en latas de conserva. Cuando los policías y los militares escribían cada día un poema. 

Pero volvamos al Comandante Cero. Qué sorpresa y qué decepción me llevé cuando le pregunté por el Che Guevara. Cuando le dije “Che”, Edén Pastora puso muy mala cara. “Tiene mucha propaganda, no era tan valiente, se equivocó, se metió en Bolivia y aquello era un avispero. A mi entender, aquel fatal 9 de octubre del 67 cayó en una trampa ingenua en La Higuera”. Cuánto me dolió lo que dijo. Me quedé en silencio. Tantos años su rostro en la pared de mi cuarto. Pensé, los dioses griegos la tuvieron: los héroes también tienen envidias. 

“¿Por Fidel, me pregunta? La primera vez que le visité hablamos hasta la madrugada, le conté qué era el sandinismo y sus palabras las llevo muy dentro: ‘Mantenga esa posición toda la vida”.

(Ahora que el sandinismo, el presidente Daniel Ortega y Rosario Murillo, su mujer y vicepresidenta, pasan por momentos inquietantes, recuerdo aquel 22 de mayo de 2014. Caminábamos el mítico Comandante Cero y yo por las calles mojadas de Ourense hacia su hotel. Cuánto sufrió este hombre y a cuánta gente habrá matado, pensé. “El AK es el mejor fusil”. ¿Cómo te diría?, él caminaba con una humildad altiva. Ahora ministro, dudo un poco si mantendrá su juramento: “Ni me vendo, ni me rindo”. 

Fue extraño cómo nos despedimos. Lo miré un poco deslumbrado y recordé mis sueños. Ay, cuando quise cambiar el mundo. Le pedí: “Comandante, enséñeme a abrazar como un revolucionario sandinista”.)

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