Opinión

Sitio para una más

Cierto, esta ciudad está llena de carencias. Pero es para enorgullecerse. Mis amigos salmantinos no salen de su asombro: pocas ciudades de Europa han tenido tanta acción y vida estos últimos meses. 

Hubo un seductor festival de cine con filmes conmovedores y honestos. Con qué mimo y sabiduría dirigió todo Fran Gayo. Estos días, excelentes bandas de blues actuaron en el festival del Principal. En diferentes garitos sonó hard rock, y por el Torgal pasaron grupos de “American music”. 

Y el jazz, hermano, esa música tan amada en este trozo de mundo. Por el Latino pasaron los grandes, como siempre. En El Cercano actuaron Demian Cabaud Quintet. Con ellos me sucedió algo entrañable. En su último tema, Demian afirmó: “En tu casa siempre debe haber sitio para uno más”. Justo al terminar se me acercó Chus, el gran amor de Xaime Quessada: “¿Recuerdas aquellos años de Ibiza…? Como en la canción, hubo un sitio para ti”. 

Claro que recuerdo. Mediados los 70, vagaba yo por la isla con una pintora extranjera. Vivíamos de los cuadros que ella vendía en el puerto. Probablemente Xaime y Chus nos vieron un poco desnutridos. De inmediato, nos invitaron a su casa en el campo. Qué alegría, por allí andaban el escultor Acisclo y el pintor Alexandro. Días felices. Aquella flautista danesa de mirada lánguida. El queso, los higos y el pan artesano. Las largas discusiones sobre cómo cambiar el mundo. Los primeros folios escritos a mano de lo que después fue la novela de Quessada “El olvido”. La belleza espectral de la luna llena sobre el mar. Ay, me decían: “Venga Jaime, te toca recitar”. 

Chus y yo reímos y hablamos de los viejos tiempos. Me decido a contarle una “pícara” noche con Xaime. Fue de las últimas noches que le vi. Como sucedía a veces, nos perdimos por los tugurios de la ciudad. Qué intensas discusiones con Alexandro y Acisclo. A veces dibujaba en servilletas los rostros de los clientes. 

Aquella noche dimos con nuestros huesos en un garito cerca de la calle Villar. De pronto, entró una mujer ya anciana, pálida, con esa mirada sabia que tienen las prostitutas retiradas. Alguien se acercó a nuestra mesa: “Mire, señor Quessada, esa mujer que acaba de entrar es Aurita, la última ‘palanganera’ de este barrio”. Los tres quedamos fascinados y la invitamos a nuestra mesa. Xaime, que después escribiría sobre ella en su novela “El olvido”, comenzó a dibujarla muy concentrado. 

Pronto le preguntamos sobre su extinguido oficio. Ella no estaba por la labor. Un cliente le dijo: “Puedes hablar sin miedo, Aurita, son artistas”. Ella engulló una copa de licor café: “Sépanlo ustedes, siempre traté con esmero a mis clientes. En mi palangana siempre había agua caliente que cambiaba continuamente. Mis toallas eran limpias, las iba secando en la estufa de butano”. 

Aurita habló con dignidad, orgullosa de su oficio. “No me haga esas preguntas, señor Quessada. Bueno, ya que se empeña, le diré que la verga más descomunal que lavé con mis manos fue la de un sacristán que ejercía en la provincia. Era tan grande que muchas mujeres se negaban a ‘ocuparse’ con él”. Cada uno de nosotros la despedimos con una inclinación versallesca. Qué feliz marchó con su retrato.

(Chus se ríe con la historia que le cuento. Ay, cuando Xaime nos dejó, todos supimos que habría un antes y un después en la ciudad. Hasta hubo espantada de artistas. Alexandro huyó hacia la Costa da Morte. Con Xaime aprendimos la clave de la canción de jazz que sonó esa noche: “En tu casa siempre debe haber sitio para uno más”.)

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