Opinión

Las ventanas de mi alma

ALBA FERNÁNDEZ
photo_camera ALBA FERNÁNDEZ

No podía faltar. Cantaba Luz en su ciudad, allá en el auditorio de Santiago. Allá me fui. Ay, tantos años desde el 83 en que nos conocimos.

Pero te cuento. Cómo te diría, un concierto sencillamente memorable. Austera en escena, solitaria, los músicos tras unas bambalinas. Hechizante.

Diluviaba en Santiago. Las entradas vendidas desde meses atrás. Créeme, hermano lector, sus seguidoras, el público, entraban algo así como si fuese a una ceremonia religiosa. Tan querida es allí donde nació a escasos kilómetros en Boimorto, donde tiene su finca en que medita, compone y oye las voces de quienes vivieron allí, sus antepasados.

Esta mujer valiente llevaba seis años sin grabar. Pero ahora tengo en mis manos su álbum ‘Las ventanas de mi alma’. Una joya. Pero te digo, he visto como una evolución en su forma de interpretar. Cantó como poseída y por momentos parecía cubrirla un resplandor, un aura. Inevitable, cuando interpretó ‘Negra Sombra’, las lágrimas de muchos de los que estábamos allí resbalaron por las mejillas. Al final, en su último tema, “Te dejé marchar”, la magia cubrió el auditorio.

En el merchandising, su inseparable Paco Pérez Bryan. Alguna vez lo conté. En los ochenta, Paco hizo el mejor programa de rock de la transición. Tiempos de la Movida, doce en punto de la noche, justo ahí se estremecía Madrid, comenzaba ‘El Búho’, programa de rock puro. Yo estaba allí cuando Luz llegó a la emisora con un disco. Muy cierto, presencié cuando los dos se cruzaron los ojos por primera vez. Mira tú, han pasado más de cuarenta años…

(Me despedí de Luz, nos abrazamos: “Ya eres una estrella mundial”. Ella se rio: “Una estrella del firmamento”. Añadió orgullosa: “Casi todas las letras las he escrito yo”. Le miré a los ojos: “Tienes alma literaria”).

MARTES, 25 DE ABRIL

Mi amigo João, de Oporto, periodista, ama el jazz y cuando hay un concierto importante en el Latino no se lo pierde jamás. Faltaba una hora para la actuación cuando, allá al fondo, me hace señas. Nos conocemos desde los lejanos setenta, cuando Salazar gobernaba con mano de hierro. Hablamos de nuestras cosas, pero va y me dice: “Leo a veces tus artículos pero tú que naciste en la ‘Raia’, apenas escribes sobre nosotros, la tierra de Pessoa y Amália Rodrigues”.

Me quedo sorprendido, me espeta: “¿A que no sabes que hoy es 25 de abril y se cumplen cuarenta y nueve años, casi cincuenta, de aquel día milagroso de la revolución de los claveles? Fue la revolución más romántica de la historia. ¿No recuerdas cuando las madres lusitanas ponían claveles en los fusiles de los soldados que se levantaron contra la dictadura?”.

“Pasasteis años duros como nosotros”, le digo. “Claro que recuerdo aquellos setenta en que los jóvenes portugueses llegaban en masa a Verín, huían de los largos años de servicio militar; se negaban a combatir en vuestras colonias de Angola y Mozambique. Alquilaban entre cuatro y cinco un taxi que los trasladara a Francia, donde muchos tenían familiares”.

Me responde João pensativo: “Yo también hui. Cómo no íbamos a escapar si los barcos que venían de nuestras colonias llegaban llenos de féretros olorosos de madera mal claveteada, la mayoría de soldados degollados allá en las selvas africanas. Salazar nos enviaba allí para defender a los grandes colonizadores que trataban como esclavos a los nativos. Ay, también mis compatriotas parecen ir olvidando aquel día”.

Hay un silencio y le digo: “Conocí en Chaves al locutor Leite Vasconcelos que recitó emocionado la primera estrofa de ‘Grândola, Vila Morena’ aquel abril de 1974. Y en ese momento, los valientes capitanes y el comandante Otelo Saraiva de Carvalho salieron con los tanques a la calle”. Lo tomo del hombro y le canto al oído: “Grândola, vila morena / terra da fraternidade / o povo é quem mais ordena / dentro de ti, ó cidade”.

Me mira pícaro mi amigo João: “Nosotros hicimos nuestra revolución, vosotros no”. Le contesto: “Pero hicimos una transición”. Sonríe irónico: “Ya ya, pero nosotros echamos a todos los verdugos de la PIDE y mandamases del régimen; es más, liberamos a los presos políticos de la dura prisión de Caxias. Y qué paradoja, encerramos allí a quienes los custodiaban con crudeza”.

Da un sorbo a su vaso y continúa un poco displicente: “Vosotros no, he leído mucho sobre vuestra transición, en muchos puestos de poder y en las comisarías continuaron los mismos”. Se ríe: “Fue una transición muy light”.

(“Cierto, cuando estalló el 25 de abril presencié cómo atravesaban la frontera atemorizados fulanos de la PIDE”. João me dice: “Y no compares nuestros presidentes. El vuestro, tan altivo de aquí para allá por Europa y lleno de guardianes. En Portugal amamos la humildad. A nuestro presidente, Marcelo Rebelo de Sousa, lo puedes ver con frecuencia en cafés de Lisboa sin apenas seguridad”.

Ya en la puerta, nos despedimos y le espeto: “¿Sigue siendo cierta la frase de Salazar: ‘En Portugal somos infelices gracias a Dios?”. Se va João. No responde).

Te puede interesar