Opinión

La confianza

La confianza, bien lo sabemos, tiene muyo que ver con la fe en una persona, en una institución. Y se tiene fe en algo o en alguien cuando ese algo o ese alguien es capaz de generar motivos razonables de credibilidad. Hoy, por ejemplo, a pesar de la crisis de 2007, la confianza en el sistema financiero está por los suelos. Es lógico que así sea porque las reglas de ese capitalismo insolidario en que se ha convertido el actual sistema de mercado ha desdibujado las señales de identidad de un liberalismo que ha perdido la batalla frente a los especuladores y frente a los diseñadores de un sistema en el que la máxima ha sido, y lamentablemente sigue siendo, como obtener el máximo beneficio en el menor plazo de tiempo posible.

¿Cómo va a confiar la gente en un sistema en el que el poder financiero y el político han campado a sus anchas laminando la igualdad y blindando privilegios sin cuento para una minoría de capitalistas de moqueta que han hecho el agosto gracias a la connivencia de los ideólogos del mercado?. Si los viejos liberales levantaran la cabeza y contemplaran en lo que ha degenerado un sistema de mercado basado en el principio de tanta libertad como sea posible y tanta intervención como sea imprescindible, seguramente se quedarían muy sorprendidos. Efectivamente, lo que ha fallado estrepitosamente ha sido la regulación que ha de existir en todo Estado de Derecho digno de tal nombre. Al grito de bienvenido sea el crecimiento económico no inflacionario, Alan Greenspan y su ejército de fundamentalistas del mercado acabaron por derribar las barreras de la racionalidad propiciando un mundo en el que los más asombrosos productos financieros, tóxicos y de gran riesgo, eran los grandes protagonistas de la escena financiera mundial. Ni siquiera la reserva federal norteamericana de finales de los noventa del siglo pasado se atrevió a poner coto a tales desmanes. Al contrario, justificó de alguna manera el desaguisado porque tales sendas desembocarían en el océano maravilloso de un crecimiento económico sin límites. 

El propio presidente Clinton, que entonces habitaba la Casa Blanca, presumía del crecimiento económico de aquellos años. En esos años, 1998, sobre todo, la regulación se relajó y a selva financiera hizo acto de presencia con tal intensidad que la famosa burbuja en que se ha convirtió el sistema financiero acabó por explotar como era de esperar. Se reconocieron los errores y se apostó por fundar el capitalismo sobre bases morales, pero como los compromisos fueron coyunturales volvemos a las andadas. El problema no es formal, es de fondo, es de orden moral. Por eso, para que vuelva la confianza, es menester que se establezcan de nuevo unas reglas sólidas, iguales para todos, que la armonía, la moderación, el equilibrio, el valor del trabajo tengan la consideración debida. 

Una vez más, ahora a nivel mundial, se ha comprobado que la avaricia rompe el saco, como reza el dicho popular. El problema que tenemos, insisto, es de orden moral, puesto que ha sido la inmoralidad reinante, no pocas veces animada desde las tecnoestructuras dominantes, la que se ha adueñado de muchos dirigentes financieros. 

El Estado, por su parte, debe mejorar la regulación y reconocer, también, el fracaso del funcionamiento de los Entes supervisores. A partir de ahí, se podrá edificar el edificio financiero sobre reglas claras, previsibles, transparentes, que garanticen objetividad y racionalidad evitando la arbitrariedad y los abusos. Hoy, por cierto, de nuevo a la orden del día.

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