Opinión

La fiebre de las urnas

Hay veces que huesos y calaveras revelan el pasado tanto como el presente. El Valle de los Caídos es el Cuelgamuros donde se exhiben por igual la memoria de ayer y la desmemoria de hoy. La sociedad nota que Franco resucita en cada campaña electoral, y se disparan los insultos peyorativos del extremismo en la misma proporción de la necesidad política. Ciertos políticos españolean el guerracivilismo con la misma facilidad que mienten y engañan. Pero, sobre todo, lo que se lleva ahora es españolizar las elecciones, aunque sean autonómicas. 

Se ha desatado la fiebre de las urnas, y se extiende como un virus incurable desde el País Vasco y Cataluña hasta convertirse en una pandemia europea allá por el 9 de junio. Aragonès, el tocayo del presidente, anda desatado en busca de un referéndum ilegal pactado con su socio Pedro Sánchez, y hasta propone un debate a tres con Puigdemont e Illa maravilla en el extranjero, que es donde se ha decidido esta tormentosa legislatura de la inmoral amnistía. Se supone que es un debate sin más mediador que un conductor periodista o periodisto, sin observador internacional y hecho en dimensión global fuera de nuestras fronteras por el afán de la república independiente que nos quieren colar a toda costa.

La fiebre de las urnas terminará por contagiarnos a todos, porque cuando se inocula el virus del relato partidista flota en el aire social como un veneno envolvente e inevitable. Los síntomas febriles se notan sin más termómetro que el nerviosismo del poder, aquejado de un enrabietado estado crítico que asola los órganos vitales del sanchismo. Desde el corazón a los riñones y los conductos arteriales, se adivinan indicios de enfermedad degenerativa que amenaza al nuevo régimen. Aragonès delira con su numerito en el Senado mientras la gabarra bilbaína avanza hacia las urnas bajo la euforia de la victoria de la Copa del Rey. 

El Athletic ha revitalizado la campaña vasca, devorada por la amnistía catalana y la corrupción del régimen. Los celos separatistas son una competición de despropósitos, una subasta de excesos, un partido de fútbol cada vez más leñero. Hasta aquí nos ha traído la ambición de una política poco sana aquejada de la fiebre de las urnas, que en realidad es la fiebre del poder que posee a nuestros dirigentes y les nubla la razón. Sólo importa seguir ahí, con el opio del fútbol o el engaño del relato. Sólo importa acaparar el poder para seguir amenazando nuestros derechos y libertades en vez de potenciarlos. Sólo importa blindar la casta y sus privilegios en vez garantizar la igualdad entre territorios y españoles. 

La fiebre de las urnas, del poder, sólo se cura con la receta social del pueblo. Y esa medicina milagrosa está al alcance de los ciudadanos pese a vivir en un estado permanente de propaganda y partidismo. Es el paracetamol del cambio y la alternancia, que de vez en cuando cura las democracias de la hegemonía abusiva del poder.

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