Opinión

El monologuismo mitinero

Aún con los ecos del escándalo del atraco en el Bernabéu al Almería, que se presta a la interpretación hooligan del forofo y la teoría de la conspiración blaugrana de flaca memoria con el caso Negreira, Madrid se consuela con la Fórmula 1, un acontecimiento global que refuerza la pujanza española en el mundo. Como los coches de Fernando Alonso o Carlos Sainz hijo, la política va tan deprisa, que corre el riesgo de accidente por la temeridad en la conducción y la velocidad con la que se suceden los acontecimientos. Galicia no tiene la F-1, pero tiene mar, Inditex y el lacón con grelos. Y sobre todo, el 18 de febrero tiene elecciones, lo que convierte a nuestra hermosa tierra gallega en el centro de operaciones de la política nacional. Malo.

Malo porque el aparato madrileño de eslóganes y ocurrencias ha desembarcado en Galicia con algo más que los pellets de la exageración, cuya estrategia fracasa en la comparativa del Prestige y el intento estéril de reeditar el movimiento Nunca Máis. Y malo porque asistimos a un concurso de monólogos mitineros, unos se prodigan como Chiquitos de la Calzada más que otros, que entran en el chiste facilón de la vejación y el ataque personal, lo que causa asombro y perplejidad. Aquellos mítines de la democracia española en plena Transición, y aún hasta hace apenas una década, se han convertido en clubs de la comedia, donde lo que cuenta es la gracieta contra el rival para no tener que hablar de paro, economía, desigualdad y otras afecciones de la política ibérica. Algunos apenas hablan de políticas destinadas al bien común de la ciudadanía, y prefieren la calvicie como programa electoral y el relato de Manolito Gafotas como aportación al interés general. Por ejemplo, en la convención socialista de A Coruña, Sánchez eludió la amnistía y los pactos con sus socios separatistas, que es la noticia que más espacio ocupa en el debate nacional. Y sus vicetodo andan a vueltas con el zarismo contra Zara y el monologuismo mitinero de quinta división, en vez de explicar el borrado de delitos a golpistas, el alcance real de la amnistía que los letrados del Congreso consideran inconstitucional y la realidad de la connivencia con los blanqueados herederos políticos de ETA.

Bien cierto que cada uno es muy libre de priorizar sus necesidades, incluso de atacar desde el Gobierno al juez García Castellón en un hecho gravísimo sin precedentes. Pero llegar al tono ligero del monólogo humorístico devalúa la vocación pública de la política e insulta el ciudadano que deposita en sus representantes algo más que el voto, esto es, la resolución de problemas con rigor, seriedad y solvencia. Bajo un punto de vista racional y práctico, parece más eficaz no entrar a estas provocaciones destinadas a eludir la responsabilidad de gobierno con las que ocupar espacios mediáticos, y evitar así hablar de lo que importa. Entrar a comentar lo de las gafas, las canas y la calvicie desde Ourense es dar recorrido al monologuismo mitinero de escasez intelectual y política.

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