Opinión

Política marrullera

El escándalo va a más y se tapa con desparpajo, como los arbitrajes al Real Madrid. Los supuestos errores parecen premeditados y con la alevosía propia de la impunidad dominante. Que al Real Madrid le anulen un gol legal o que le piten un penalty inexistente con apariencia de tongo que el VAR corrigió porque era de atraco inasumible hasta para los más tramposos, forma parte del relato fanático del fútbol, del opio que distrae al pueblo de lo trascendente. Pero que comportamientos políticos de decrepitud democrática y susceptibles de castigo legal como la amnistía y el caso Koldo-Ábalos no merezcan la reprobación social ni judicial que a la oposición se le exige con la vehemencia propia de la picaresca inmoral empieza a ser un síntoma de degradación del régimen sanchista al que sólo los jueces y las urnas pueden poner coto. 

La mentira se ha instalado como una costumbre inherente al propio sistema inmunológico de una monarquía parlamentaria constitucional arrastrada a inclinaciones autocráticas. Se miente con tanta naturalidad desde el poder que resulta ofensivo para la conciencia social de un país necesitado de auténtica regeneración democrática. Lo mismo se confunde a la opinión pública y a parte de la opinión publicada diciendo que la Comisión de Venecia “avala” la ley de amnistía, lo que es incierto, que se trata de ensuciar e implicar al PP en la corrupción de las comisiones de las mascarillas por la que se investiga al PSOE y al Gobierno en España y en Europa. 

La confusión del ciudadano en tanto individuo de la colectividad se ha convertido en el objetivo del relato oficial para despistar y meter al contrario en el mismo saco del sanchismo. Este comportamiento que no conoce ni principios ni valores morales ni éticos, que raya el desprecio a la integridad y la honorabilidad, trata de extender la propia corrupción a la sociedad, con tácticas de enfrentamiento, división y polarización de raíces ideológicas partidistas sin atender a la razón ni a la verdad. 

Urge en España una cura moral que nos libre del pecado de este tiempo, que no es otro que el populismo ambicioso del poder y la obsesión por destruir a quien no trague con el pensamiento único dominante que une a los enemigos del Estado de derecho y distingue entre distintas clases de españoles mediante la imposición negligente de la desigualdad. Estamos en un momento límite y crucial de la democracia española que sólo se puede garantizar con dignidad y decencia política. Esta deriva de fin de ciclo debe enseñarnos de cara al futuro. 

Se trata del bien común y no de favorecer a la casta del muro que divide España entre buenos y malos. Y eso ya no sólo forma parte del presente, sino del inminente futuro que pretende imponer un régimen perpetuo sin alternancia ni eso que llamamos democracia constitucional. Esto no es fútbol y tampoco es política transparente. Esto empieza a ser política futbolera marrullera con prácticas arbitrales más propias del caso Negreira que de una democracia garantista.

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