Opinión

A gritos en los templos

Poco a poco se está introduciendo en las celebraciones litúrgicas la costumbre, nada correcta, de hablar unos con los demás a veces hasta a gritos. Convirtiendo nuestros templos en verdaderos mercadillos sobre todo en funerales, bodas, primeras comuniones y demás actos que cuando menos merecen respeto.

Para comenzar está dispuesto que la ceremonia de la paz se reduzca a saludar al de la derecha y al de la izquierda nada más y sobre todo transmitiendo un gesto de paz con las palabras adecuadas que también están estipuladas. Pero, ¡mire por donde!, algunos aprovechan el momento para hablar con el de al lado de todo, transmitirle noticias y en definitiva conversar de cosas que están fuera de contexto. Y esto se hace incluso con quien está situado en la otra punta del templo al que se trata de dar la paz.

Nada digamos cuando se organiza el momento de la comunión. Por el pasillo van algunos saludando a diestro y siniestro de manera estentórea e incluso, si es un funeral, se aprovecha la ocasión para dar el pésame a los deudos del difunto que están en la primera fila.

Todo un cúmulo de situaciones que vulneran la sacralidad del lugar y el recogimiento del momento. Muy triste compostura reveladora de que quienes la adoptan de manera inconsciente están manisfestando actitudes muy fuera de lugar.

Las celebraciones de la Iglesia nunca deben ser tristes adoptando en ellas actitudes y composturas que a veces dan la impresión de que están allí forzados o tienen algo grave hacia quien preside. La verdadera alegría católica en los templos dista enormemente de convertir los actos en folclóricos eventos que nada tienen que ver con lo que se celebra. Una cosa es la alegría pascual que es la que convoca a los asistentes y otra muy distinta el desmadre que a veces organizan algunos asistentes.

Las celebraciones de la Iglesia deben ser momentos de paz, de encuentro y en definitiva de alegría por el Resucitado, de aquí que deba postergarse la acritud, la tristeza y el malhumor. Saber rezar es muy distinto de adoptar posturas  a veces reveladoras de acritud por parte de quien las adopta.

Una vez más recuerdo aquí aquella anécdota de la que fui testigo en una de las parroquias centrales de la ciudad. Me preparaba para impartir unas charlas cuaresmales a jóvenes y, en el primer banco, dos señoras sumamente recogidas con la cabeza prácticamente en medio de las rodillas. Me acerqué y les pregunté si les dolía algo. Su respuesta me impresionó: “No, estamos rezando”.  Les respondí al momento: “No recen así que estos jóvenes van a pensar que están enfermas”.

También hoy en día el testimonio de la verdadera alegría es un elemento de evangelización, de atracción. Salir de la Iglesia con caras de circunstancias a nada bueno conducen para cuantos por allí pasan. Los primeros cristianos al salir de sus reuniones admiraban a los de fuera que decían “Mirad como se aman”. Pues eso.

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