Opinión

La alegría, al estilo del cristiano

Tanto antes de la Navidad como de la Semana Santa, la Iglesia dedica unas semanas que debieran ser intensas para prepararnos para esas dos pascuas. Y hoy es el día más solemne para los creyentes. Es el día de Pascua, del Aleluya pascual, de la Resurrección de todo un Dios que se hizo hombre, padeció, sufrió, pero al tercer día, como había anunciado, ¡resucitó!

Es el motivo que debiera marcar el estilo del creyente, la alegría propia de quienes se saben destinados a una mañana en la que: “No, María, no hay muertos en el sepulcro. No está aquí ¡ha resucitado!” Ese es el resumen de todas las inquietudes del cristiano: el tratar de transmitir la alegría. Porque la alegría que proporciona la fe cristiana es muy ajena a motivos humanos simplemente. Si estamos o debiéramos estar alegres es debido a la certeza de que “la vida de los que creemos no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Ese es el motivo que debe mover la espiritualidad del creyente. 

Es lo ocurrido en la mañana de Pascua cuando la Magdalena y algunos discípulos fueron “et valde mane” (muy de mañana) a visitar el sepulcro en su certeza de que allí estaría el cuerpo del que habían enterrado la víspera. Triste medida la de aquellos que a pesar de haber estado viviendo tres años con Cristo y escuchado su mensaje y el anuncio de su resurrección… ¡aún dudaban! 

Con todo su candor le dijeron a aquel “hortelano” que era Cristo y no lo reconocían al comienzo: “Si lo has llevado, dinos dónde lo has puesto”. “María, no está aquí, ha resucitado”. No busquéis entre los muertos al que vive.

Pues en este mundo actual con tantos motivos humanos para estar tristes, sigue siendo necesaria una primera conversión que consiste en la alegría. Sin el testimonio de la alegría Pascual, la vida de los creyentes no tendría sentido. En la comunidad cristiana debiera brillar siempre, en todos los rostros, la alegría pascual, que es el reflejo del aleluya de esta mañana de Pascua.

El auténtico testimonio de los bautizados nunca debiera ser otro distinto a la alegría. Porque carecen de sentido las celebraciones en las que algunos fieles aparecen en el templo con unos rostros cariacontecidos. Cristo lloró varias veces, y también en la casa de Betania donde había muerto su amigo Lázaro, pero pese a ello les transmitió la verdadera alegría y el gozo pascual a todos.

Porque algunas veces da verdadera pena ver cómo rezan algunos que se dicen piadosos. El cristiano tiene que diferenciarse de los demás precisamente en la verdadera  alegría. Carecen de sentido los rostros que parecen un poema en medio de las celebraciones. Siempre viene a mi memoria el funeral del rey Balduino. Allí su esposa, Fabiola, exultaba de gozo con los demás familiares que asistían al acto.  (Seguimos esperando la canonización de este matrimonio ejemplar en la fe).

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