Opinión

Colaboradores con fallos

Creo que ya comenté aquí la anécdota alguna vez. Cierto personaje daba posesión en cargos importantes a varios de sus colaboradores más directos. Y en el discurso de la toma de posesión pronunció una frase que me impresionó. Muy cierta. Decía aquel buen gobernante que él quería colaboradores con fallos, porque indicaría que hacen cosas. Los que nada hacen tampoco tendrán nunca errores. 

En el Evangelio hay un personaje que me impresiona siempre, y es San Pedro. Su actitud está en la línea de aquel discurso que comentamos. Resulta que en primer lugar Cristo le promete que le va a nombrar el primero de los apóstoles. Y de paso le advierte de que le va a negar tres veces antes de que el gallo cante. Así fue. Y, después de la Resurrección, aquello que le había prometido se lo concedió tras hacerle tres preguntas sobre si le quería. Simón dijo que sí, pero a la tercera, acaso acordándose de la traición tres veces, pronuncia una frase para mí de lo más logrado: “Señor, tú lo sabes todo, y tú sabes que te quiero”.

Precisamente en el Evangelio de hoy recuerda la Iglesia aquel episodio y la rotunda confesión de fe del primer papa, similar a la ocurrida en la casa de Lázaro. Pero acto seguido se le anuncia la Pasión y una posterior petición para que le siga. La fe cristiana, en síntesis, es eso. Somos personas de carne y hueso con muchos fallos y acaso también negaciones, pero la fe es algo más. Es la certeza de que Dios es rico en misericordia y siempre perdona aun cuando nos exige el seguimiento diario en la lucha por la perfección.

Por eso los cristianos nunca debieran ser personas de circunstancias, porque el seguimiento debiera ser en cada momento y situación, pese a las debilidades de cada cual frente al tentador triunfalismo. De aquí el recuerdo que se hace de los momentos difíciles finales de la vida humana de Cristo, algo que para el mismo Pedro le parecía inverosímil. Un ejemplo y una consecuencia de todo lo que significa el mensaje cristiano que supone renuncia a tantas cosas que entorpecen el seguimiento. El cristiano debiera saber que nunca existe verdadera fe sin cruz, poniendo el amor y la fe por encima de los tropiezos. Solo así tendrá sentido la solidaridad, la justicia social que supone una entrega absoluta como la de Pedro aun cuando al final sea preciso sellar esa fe con la sangre del martirio.

Este sentir fue el que guió a San Cipriano, a quien celebran en Carballiño estos días; un hombre que, tras una vida muy pagana, llegó a gran fortaleza de fe. Renunció como hechicero y se convirtió en un devoto cristiano, llegando a obispo y logrando fama por sus milagros. Fue capturado por Diocleciano y decapitado. Por su fe y milagros, refrendados con el martirio, fue declarado santo tras su vida pasada totalmente en contra. 

Justo un santo que supo interpretar el pasaje evangélico que comentamos.

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