Opinión

¿Huida o continuidad?

En la convivencia que he tenido con cincuenta confirmandos en Fátima, el obispo, que les crismó, les contaba una comparación que a lo mejor ustedes ya conocen. Se jubilaba un sacerdote anciano en la parroquia y llegó el joven con mucha ilusión, pero se encontró con un problema que le resultaba difícil resolver. Había en el templo gran número de murciélagos que le destrozaban la limpieza, entre otras molestias. Tras intentarlo todo, fue a visitar a su antecesor para presentarle el caso y pedirle consejo. La experiencia del anciano antecesor, con mucho ingenio, le dijo: “Muy fácil, confirma a todos los murciélagos y verás como abandonan la Iglesia”. Tiene gracia la anécdota pero posee un trasfondo, por desgracia, muy real.

Es notorio que, salvo grupos contados que se mueven en torno a los distintos movimientos eclesiales que tomaron el lugar de la antigua cristiandad, la juventud ha abandonado la fe, por lo menos la práctica. Confiemos en que al menos crean en algo que llene sus vidas rodeadas de tanto materialismo. Acaso el hastío, pasados los años, les vuelva a las exigencias de la fe que profesaron en su día.

Porque ocurre un fenómeno muy singular. La gran mayoría se bautiza o, mejor, les bautizan, después se preparan con catequesis para la Primera Comunión y más tarde para la Confirmación. Dos fechas muy señaladas y que cada día se celebran con mayor solemnidad. Unas fiestas –las primeras comuniones y la confirmación- que hoy en día poseen un gran relieve social. Sería de esperar que fuesen algo más que ese fasto festivo que las rodea y para lo que los padres incluso hacen grandes esfuerzos económicos. Fiestas señaladas.

Pero -aquí viene lo de los murciélagos- acabada la confirmación desaparece en gran parte la vinculación real con la Iglesia. Una gran contradicción inexplicable porque se supone que la confirmación es un paso decisivo y personal en el camino de la fe de quien la recibe. En definitiva, se trata de la madurez en aquella fe que en germen recibieron en el bautismo. Quienes han recibido las catequesis oportunas personalmente han dado un sí responsable con contenidos serios. ¿Qué ocurre después? ¿A qué se debe esa huida casi masiva? Es el gran problema que debe afrontar la Iglesia y para lo cual en octubre el papa ha llamado a un Sínodo en Roma sobre el tema. Porque el futuro de la Iglesia está en una juventud de hoy bien formada que sepa dar razones serias de aquello que dice profesar.

Me niego a creer que han perdido la fe. Prueba de ello son los momentos puntuales en los que en masa vuelven a manifestar su fe, como son las Jornadas Mundiales de la Juventud o la asistencia a procesiones y romerías marianas. Si brota en esos momentos su fe y entusiasmo creyente habría que examinar seriamente por qué el resto del año permanece oculta. Tal vez una de las causas sea el centrar algunos esos eventos en meras celebraciones sociales olvidando lo sustantivo que es la fe.

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