Opinión

La eterna esperanza

Vivimos todos los mortales en vilo en torno a la esperanza a todos los niveles de nuestra vida. Espera la madre el nacimiento de su hijo pero también todos la felicidad, la paz, la concordia y el entendimiento. Todos los mortales vivimos de y para la esperanza.

La Iglesia, igualmente y a nivel de fe lo proclama constantemente. Oiremos en estos días el ruego reiterado a la espera de la venida en concreto del Salvador el día de Navidad. Para ello se preparan los fieles con el tiempo de Adviento que hoy comienza. Una espera secular que ya el pueblo de Israel anhelaba e incluso llegaba a confundir los términos en la espera de un Mesías temporal que les liberase de la esclavitud de Egipto y más tarde de la dominación persa, griega o romana. Los avatares por los que pasó aquel pueblo elegido han sido incontables e incluso dolorosos. Vivían anhelantes de alguien que les liberase. 

Es así como los profetas en el Antiguo Testamento y luego el Bautista en los albores del Nuevo se esfuerzan en descubrir al pueblo de Israel que deben prepararse para la llegada del Salvador. Tuvieron que ser los pobres, los humildes y los despreciados del mundo los que se situaron en el verdadero camino para descubrir al personaje anunciado desde los albores del Génesis, primer libro de la Biblia. Esa descendencia de la mujer será la que aplaste la cabeza de la serpiente que representaba al maligno. Muchas cosas tuvieron que pasar hasta que, al expirar en la cruz del Gólgota, los mismos soldados reconocieron que aquel hombre ignominiosamente colgado en el trágico patíbulo era el Hijo de David, el Cordero de Dios del Nuevo Testamento, como le llamó el Bautista en el bautismo del Jordán.

Pues bien, acaso el mundo de hoy vive una esperanza de otras coordenadas reduciendo estas fechas al consumo y, en definitiva, a un materialismo sofocante que todo lo invade. Vivimos para el tener descuidando lamentablemente el ser, que es lo fundamental. Y a ese ser las soluciones del mundo jamás le llenarán porque el corazón sigue teniendo ansia de infinitud como decía en célebre idea San Agustín de Hipona.

Los cristianos se preparan para recibir a quien puede llenarnos, a quien será el camino, la verdad y la vida, pero acaso esa sociedad de consumo atosiga y embota llevando los ideales por otro sendero que al final llega poco más que al hastío tras una noche de juerga. Esta es la verdad. Mientras los señuelos de la publicidad tratan de orientar por otros derroteros, sigue habiendo pobres, personas que viven solas, inmigrantes sin hogar, drogadictos sin retorno y guerras sin fin.

Para todas estas lacras también, en el Portal de Belén, sigue naciendo un Niño que además es el Salvador, el Mesías y el Señor.

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