Opinión

El sano pluralismo

Araíz del fallecimiento del cardenal emérito de Milán, Carlo María Martini, y como era previsible, han salido algunos que, por lo que se colige, entienden poco el Vaticano II y poseen una raquítica visión de lo que es la Iglesia, tratando de criticar al extinto prelado poco menos que tratándolo de moverse en el límite de la ortodoxia, cuando en realidad ha sido una de las figuras señeras de la Iglesia del siglo XX. Era de esperar.

Creo que una de las bases fundamentales en la Iglesia católica es el pluralismo que el Vaticano II reafirmó. Baste ver el pluralismo que poseen otras religiones. Pluralismo que, por otra parte, ya se dio en el Concilio de Jerusalén cuando allí eran bien distintas las formas de concebir la “praxis” eclesial. San Pablo, Santiago y San Pedro pensaban bien distinto y, sin embargo, al final se impuso Pedro y el cristianismo salió fortalecido y desde entonces la Iglesia es católica, es decir, universal sin distinguir razas ni naciones, colores o posición social

El pluralismo enriquece, el monolitismo es la base de tensiones y sangrantes deserciones. La fe católica, salvado lo fundamental, que por otra parte es poco, acoge desde una monja de clausura, a un misionero comprometido en medio de un mundo hostil. Como, de igual modo, son distintas las formas de vivir el credo y diversas las formas de profesarlo para un Neocatecumenal, uno del Opus Dei, Comunión y Liberación, un salesiano o un jesuita y muchas más ordenes y congregaciones, frailes y monjes o las instituciones fundadas por Vicente de Paúl y Luisa de Marillac. Todos son distintos carismas necesarios aunque ninguno imprescindible y todos configuran un bello mosaico.

Muchas de las divisiones habidas en la Iglesia se hubieran evitado si se hubiesen tenido en cuenta estos principios. Estoy convencidísimo. El empecinamiento en defender un carisma sobre los demás ni es eclesial ni, si me apuran, humano porque cada uno es cada quien. Y en esta línea se sitúan las discrepancias y la sana libertad de transmitir a quien corresponda las opiniones personales, que es el caso del cardenal Martini con respecto a los distintos papas. El sí a todo de forma gregaria es tremendamente empobrecedor. El papa y los obispos están para marcar la línea y conservar la ortodoxia pero también es cierto que deben estar abiertos a quienes, con fe, y en conciencia, les transmiten su visión fundamentada y razonada. Al final, como en el concilio que comentamos, Pedro impuso la norma pero después de escuchar y aceptando todo aquello que era lógico. Gracias a ello somos cristianos todos sin haber pasado por el judaísmo como pretendía Santiago en aquella reunión.

Pues con el purpurado milanés ha pasado lo mismo. Era fiel a la Iglesia y al papa, pero también a su conciencia que en cada momento le dictaba ideas que a algunos puedan parecer extrañas pero que el mundo, que camina hacia adelante, sabrá juzgar con perspectiva histórica y desde el pluralismo de la fe que siempre es positivo. Dios le habrá juzgado en la otra vida y la historia tal vez le dé la razón en muchas cosas ante el “escándalo” de quienes hoy le critican. Es la grandeza de la fe cristiana y en esto radica su riqueza de forma especial.

Personalmente me consuela y hace bien contemplar cualquier mosaico o la misma torre del templo de salesianos en Ourense. Muchos colores distintos hacen bello el mosaico y en esa para mí tan querida torre, según desde donde se mire y en las distintas posiciones del sol resplandecen de manera diferente aquellos hermosos colores porque en cada momento es necesario resaltar un matiz.

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