Opinión

Montini, camino de los altares

Los cardenales y obispos, miembros de la Congregación para la Causa de los Santos, aprobaron el 6 de mayo por unanimidad el milagro atribuido a la intercesión del papa Pablo VI, lo que abre el camino para su inminente beatificación.


Me parece que con la beatificación de este papa quedará más completa la imagen de estos cincuenta años de vida de la Iglesia, una imagen que reclama necesariamente la pasión, el dolor, la inteligencia y la sufrida fidelidad de un hombre llamado Juan Bautista Montini, que en su meditación ante la muerte confesaba respecto a la Iglesia: “Puedo decir que siempre la he amado y que para ella y no para otra cosa me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiera.”


En efecto, si Juan XXIII tuvo la intuición profética de convocar el Concilio Vaticano II y Juan Pablo II lo sacó adelante “con la fuerza de un gigante”, es preciso reconocer que Pablo VI fue el auténtico timonel del mismo y el hombre que mantuvo firme el rumbo de la barca en medio de la fuerte tormenta que abarca desde finales de los años sesenta hasta prácticamente el final de su pontificado.


El cardenal brasileño Moreira Neves confesó haber visto llorar al papa Montini. Lloraba como Pedro, pero a diferencia de este, que lo hacía por haber traicionado, él lo hacía por el dolor que le reportó mantenerse fiel. No en vano fueron muchos los que en aquellos días huyeron en desbandada de la cercanía de aquel papa abierto e intelectual, amigo del mundo moderno y promotor del diálogo. Ciertamente, la publicación de la encíclica “Humanae Vitae” se coloca en el epicentro de esa espiral de desafecto que sufrió Montini. Pero no fue el único motivo. Recordemos su dramática denuncia de que el “Humo de Satanás” había entrado en la Iglesia en aquella época de desgarradores disensos, y su respuesta sencilla y apasionada concentrada en la proclamación del “Credo del Pueblo de Dios” en junio de 1968. A Joseph Ratzinger le debemos quizá el perfil más intuitivo y profundo sobre este papa: “Pablo VI resistió a la telecracia y a la demoscopia, las dos potencias dictatoriales del presente. Pudo hacerlo porque no tomaba como parámetros el éxito y el aplauso, sino la conciencia que se mide según la verdad y la fe”. También sabemos cuánto ama el papa Bergoglio a Pablo VI, el papa de la encíclica “Eclesiam Suam” y de la exhortación “Evangelii nunciandi”, de las que bebe abundantemente y de quien ha tomado una de sus frases más queridas: “La dulce y confortadora alegría de evangelizar”. Por todo ello, creo que constituye un motivo de gran alegría para toda la Iglesia la beatificación de esta gran figura que tanto hizo y sufrió por hacer presente el Reino de Dios en este mundo.

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